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XIV PREMIO MAVI ARTE JOVEN: oda a lo pulcro

Lo pulido, pulcro, liso e impecable es la seña de identidad de la época actual”. Así comienza el libro “La salvación de lo bello” de Byung-Chul Han. Para él, hemos equiparado “lo hermoso” con “lo pulido” porque lo segundo no daña, no resiste, no rasguña. Eliminamos grietas, quiebres, costuras; las transiciones son suaves, no violentas; no deja espacio a la interpretación, solo al “me gusta”.

Algo de esto se respira en la exposición “Premio MAVI Arte Joven” en el Museo de Artes Visuales de Santiago, considerada por muchos un importante hito en el circuito artístico nacional. En tránsito (2020) de Joaquín Lozano (ganador del premio del público Antenna) es una estructura de metal lisa y brillante que se curva elegantemente. Sus color anaranjado y estética bruñida – como la pieza transparente que cuelga de ella – no estarían fuera de lugar en un parque de juegos. MATIÈRE (2020), de Benjamín Costabal, nos refiere al mundo del campo y los desechos, y se estructura en torno al juego y el azar. Sin embargo las maderas trabajadas no tienen astillas que puedan arañar al espectador; y el nombre en francés, algo presumido, se aleja del “caos” latino (para que hablar de la sugerencia de que las maderas apiladas “tal vez” desarrollen un alma). Incluso Dispositivos (2020) de Gaspar Álvarez, una obra que rememora la violencia ejercida por el estado chileno en nuestra historia reciente, ofrece cartuchos blancos, lisos, pulidos, lustrosos.

Casi todo brilla, suave, bajo las luces del museo. Siento que podría quedarme a dormir por algún rincón de la galería, rodeada de tonos pasteles, beige y gris. Y sí, lo sé: no es algo excepcional. No por nada las galerías son conocidas como “cubos blancos”. No por nada es un fenómeno que describe Han, desde la lejanía de su hogar en Alemania. Pero todo es sinuoso y amable, a ratos un poco aburrido. Pocas obras me desafiaron o conmovieron. No estoy diciendo que toda obra de arte tenga el deber de ser política, o estructurar un discurso de transformación social, política, económica, cultural, etc, etc, etc. La división entre “lo político” y “lo poético”, como todo binarismo, es una falsa dicotomía: una reducción de la realidad a dos bandos supuestamente encontrados. No es así: hay política en la poética, y viceversa. El arte es una disciplina estética, visual, representacional, y profundamente inefable (sino fuera así, los artistas se dedicarían a escribir). El éxito de una obra de arte se juega en el manejo de los signos y en la coherencia interna de la obra – pero ello está ligado a una autenticidad, una honestidad de cada artista consigo mismo. Algo que conmocione; un límite que es desafiado; un trabajado de formas que sorprendan.

Hay una cierta banalidad que recorre la sala, un cierto infantilismo o simpleza. El contraste entre el afuera (caótico, estruendoso, en movimiento) y el adentro (higienizado, estático, silencioso) del MAVI es, sencillamente, demasiado potente. En Lastarria el picor de las lacrimógenas está impregnado en el pavimento; los químicos con que ha sido bombardeado el barrio seguirán en el aire por mucho tiempo más. En la Alameda las calles y muros cantaron (y cantarán, pese a los esfuerzos del algunos) los sueños, esperanzas, exigencias y consignas de la revuelta. Colores sucios, voces que se plasman unas sobre otras, un caos polisémico que logra convertirse en una verdadera orquesta. Sé (y he escrito sobre ello) que se necesita tiempo para madurar las reflexiones, procesos, imágenes y materialidades que permitirán referirse a, apuntar hacia, o espejar, lo que ocurrió hace un año en nuestro país. Pero también es cierto que el hito de octubre pasado tiene raíces que van más allá: raíces históricas, raíces sociales, raíces en las formas de hacer política pública y empresa privada en este país. La sequía, las zonas de sacrificio, la desigualdad, la pobreza, el hambre, el femicidio, la discriminación.

Así, aunque mucho se habló de “ruina”, las obras parecían estar acolchadas, como si escondiesen o temiesen a su propio poder. Muchas “presencias” fueron evocadas e invocadas, pero pocas se hicieron realmente presentes. Water portals 055 (2020) apunta a ser mística, tomando referencias de Mahabharata (y otras culturas que aparentemente no merecen ser mencionadas) pero ofrece sólo vacuidad. Canto de mujeres en el volcán (2020) tiene un notable salto lógico entre una experiencia de mujeres Rapa Nui cantando en un volcán y un paño de cocina como objeto ícono de las cuarentenas. “El paño de cocina se aparece como una oportunidad”, escribe. Quedé profundamente perpleja sobre a qué oportunidad se refiere, y al vínculo de ésta con Isla de Pascua. Por su lado, Canto de luminaria (2020) da por extintos a los Aymara del norte de Chile y a sus formas de vivir: son “vidas que se apagan”, “una comunidad a punto de desaparecer”, “en el linde de su desaparición”.  Nos informa que sus costumbres son incompatibles con “nuestras” formas de existir. Y no me cabe duda que el quid de la cuestión está en ese “nosotros” lanzado de forma tan casual que puede pasar desapercibido. ¿A quienes incluye ese nosotros? ¿a quienes deja fuera? ¿Qué formas de vida estamos dando por extintas?

Destaco esta tríada de obras porque a mi parecer caen en caricaturas que pensaba que ya estaban -si me permiten- extintas. La idea de “buen salvaje” que con su inocencia es capaz de redimirnos. Dicotomías, francamente, agotadas: el hombre o mujer indígena que sí conoce la naturaleza, versus el urbanita que no; que tiene una afinidad natural con la sabiduría de lo básico (del barro y el algodón) en contraste con el artista metropolitano y sus sofisticados drones. En las tres obras los artistas se mantienen lejanos, convertidos en ojo, en máquina, en científico, en seleccionador, evaluador. Exhiben un mirar colonial, articulado en ese “nosotros” que exotiza y simplifica al otro, alterno. Miren qué lindos como saltan. Pensemos en estas mujeres y en paños de cocina. Transportémonos con las aguas mágicas a un lugar mejor. Miradas jerárquicas y paternalistas, que dejan poco o nulo espacio para la agencia de sus sujetos objetuados.

Por otro lado, si miramos con atención, describimos gratas sorpresas. Cifra Negra (2020) de Paula Izquierdo es un acierto: evitando la grandilocuencia de portales, almas y extinciones, usa legos para – literal y figurativamente- armar y desarmar mensajes. La idea del abuso como una construcción incompleta, que vamos construyendo de a poco, entre todos; el uso de un material suave para evocar víctimas (posibles, actuales, futuras); el tamaño pequeño, fácilmente soslayable. El toque de gracia para mí es el uso del terciopelo – pienso en el toque erótico de ese material en burdeles, ropajes, sofás. Es un detalle tétrico y espantoso, que interrumpe la tersura de los legos, que estremece: quiero alejarme, escapar de esta confrontación con mi propia responsabilidad.

Antonio Castillo juega con el límite al que se pueden llevar materiales delicados (plumas, varillas, desechos) en Parangolé Digital (2020). Tiene algo de los Precarios de Cecilia Vicuña y de las bestias de Theo Janssen. Es una cuestión personal: materiales personales, tiempos personales, habilidades personales. Es una escala humana, abarcable, de nudos y plumas, de desconexión, de creación terrenal. De meter las manos en la tierra, salir de las pantallas y su seducción tecnicolor. Tensión Circular (2020) de Francisca Garriga tiene una lógica interna, de color, material y luz, un uso del ritmo, que hipnotiza. No es que me detenga; más bien mi cuerpo deja de moverse, mientras mis ojos saltan de unidad en unidad, de tono en tono. Un baile. Otra obra que funciona desde la abstracción es la de Francisca Martínez: un juego, una danza, un laberinto, un error, un pegoteo, un acertijo. Es dinámica, es tensa.

Hay otras obras que destacar. Monocultivos (2020) de Rodrigo Arteaga y Calumnia Vertebral (2020) de Gabriel Holzapfel (premio MAVI Arte Joven y premio a obras de regiones, respectivamente) son buenas obras, quizás un tanto obvias al momento de señalar, pero que funcionan y están logradas estéticamente. Como decía Fernanda Ramírez, de Salvajearte, no buscan ser lo que no son. Por otro lado, Lucas Estévez y Raisa Bosich entregaron propuestas interesantes, aunque confieso que quizás por estar familiarizada con las mismas, esperaba algo más.

Algunas consideraciones finales. Me pregunto por quienes no están. No sólo por quienes no pudieron, sino por quienes no quisieron. No veo disidencias, alteridades, radicalidades: no veo arte queer, no veo performance, no veo migrantes. En algunos casos se debe a las propias reglas del concurso (que, por ejemplo, exige nacionalidad chilena) y en otros a una aparente falta de interés. En ese segundo caso, ¿porqué no lo hicieron? ¿qué representa en nuestro ecosistema cultural el premio Arte Joven? ¿qué acciones podría tomar MAVI para ser un espacio más inclusivo, que convoque realmente a todos los artistas? Por último, me es especialmente preocupante la falta de apoyo económico a quienes exponen. Sí, un ganador obtuvo un premio de 3 millones de pesos y una exposición individual. ¿Pero qué pasa con los demás? La cultura de la competencia en que vivimos enaltece a quienes “lo logran” mientras invisibiliza al resto. El trabajo que implicó cada una de las obras presentadas es demasiado para haberse hecho gratis (no me vengan con que la exposición y que el currículum: nadie paga la cuenta del agua con esas cosas). ¿Y si pensáramos muestras más pequeñas, pero remuneradas? ¿Cuánto trabajo en crear una obra, sin pensar siquiera en los textos, la redacción y envío de propuestas, el traslado de cada pieza?

Hace unas semanas quienes forman el colectivo Las Tesis fueron destacadas por la revista Time como algunas de las personas más influyentes del planeta. Su obra no está a la venta ni gana premios: es polifónica, callejera, colectiva y múltiple. ¿Dónde está la huella de ese Chile? Quizás haya que salir de MAVI para averiguarlo.

Dónde: Plaza Mulato Gil, Museo de Artes Visuales; en el sitio web de la exposición.

Cuando: 22 de septiembre a 8 de noviembre 2020, martes a domingo de 11:00 a 19:00 horas, previa reserva de cupo en la web del museo.

Cuánto: Entrada de martes a sábado: $1.000 adultos, gratuita para estudiantes, menores de 8 años y mayores de 60 años. Entrada domingos: gratuita para todo público. Gratuito on-line, en la web del museo.

2 respuestas a “XIV PREMIO MAVI ARTE JOVEN: oda a lo pulcro”

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