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«La piel que arrugan los pedros cuando gruñen» de Natalia Montoya en Galeria Macchina: materiales para una metafísica del encuentro

Por Fernanda Ramírez

Al reverso de la producción febril está la creación; al dorso de las ciencias exactas se abre paso la sabiduría de la experiencia y en la otra cara de lo esperado, aparece el asombro. Todos estos son materiales para la creación de un espacio estético. Gracias al manejo de estos materiales es que el Homo Aestheticus tiene la capacidad de tomar, de entre las cosas del mundo, aquello que necesita para construir un espacio, para luego diseñar distintas formas de encuentros o combinaciones entre lo recolectado. Hace unas semanas visité una exposición que gatilló en mi esta reflexión: “La piel que arrugan los perros cuando gruñen” de la artista Natalia Montoya (1994), título que como menciona Mariairis Flores en su texto en la revista Artishock dedicado a la muestra, alude a una imagen que todos conocemos y que remite a algún tipo de encuentro inesperado, fortuito, poco amigable.

Cuando nos encontramos frente a un perro y éste nos gruñe, sabemos que esa es su manera instintiva de reaccionar ante alguna situación amenazante. O quizás el perro quiere hacernos alguna advertencia. En la muestra de Montoya, esa respuesta instintiva se logra cultivar hasta el punto de desarrollarse como técnica y método, lo cual permite que se nos abra el horizonte hacia el asombro, hacia la creación como un conjunto de iniciativas y posibles soluciones o ensambles, y también hacia la sabiduría, hacia el conocimiento sensible y la experiencia en el hacer, lo que nos permite crear vínculos, frasear ritmos y desarrollar experiencias. Estos tres elementos van a ser los materiales utilizados para crear “encuentros”, que es como decidí llamar a las piezas de la exposición.

Las piezas que se exhiben en Galería Macchina corresponden a diversos encuentros ocurriendo frente a nuestros ojos: las pequeñas estatuillas/personajes sobre los plintos al fondo de la sala son el encuentro (ocurriendo en el momento y a todo momento) de tiempos, referencias y materialidades. Mi encuentro con estas piezas fue desde el asombro, primero, porque son piezas increíblemente seductoras; y segundo, porque a pesar de que son figuras únicas, al mismo tiempo son imágenes que están muy presentes en el imaginario popular, quizás en el límite entre tres esferas que podrían ser catalogadas como el souvenir, las figurillas de culto religioso-popular-tradicional y lo Pokémon. Puede que, en un primer momento, haya habido un encuentro poco amigable entre estas tres esferas, ya que vienen de confines y latitudes distintas -y es natural desconfiar de aquello que viene de fuera del territorio conocido. En este punto, la tarea del Homo Aestheticus es usar su conocimiento sensible (o sabiduría sensible) para determinar qué tanto y desde dónde van a ensamblarse estas esferas para formar un encuentro.

Al igual que las pequeñas estatuillas, los encuentros que se ubican al centro de la sala, gráciles danzantes sobre un círculo celeste, son ensambles de colores y formas. Parecieran remitir a los trajes de las cofradías de La Tirana con sus pasos garbos, firmes, con sus distintas texturas y cambios rítmicos. En estos encuentros no solo se ensamblan los elementos ya mencionados, sino que también se suman las propias experiencias de la artista en cuanto a sabiduría sensible. Por ejemplo, estas piezas surgen del encuentro con los trajes de los indios Pieles Rojas de la sociedad religiosa Danzantes y Pieles Rojas Damián Mercado. Adicionalmente, me comentó la artista, el imaginario de la tribu Kiowa llegó al norte del país por medio del cine y los comics de género Western durante la época de las salitreras. Me gusta pensar que estamos en presencia de aquellos encuentros entre los sujetos que habitaban aquella zona del Norte grande y estas imágenes nuevas y distintas en una sala de cine, o compartiendo historietas, y que al mismo tiempo estamos siendo parte del encuentro de la artista con estas imágenes. ¡Imaginemos eso! ¡Encontrarse con distintos tiempos, sentir el mismo asombro que sintieron los trabajadores y habitantes de las salitreras al ver por primera vez un western, el asombro de la artista al encontrarse con estos trajes, con sus texturas y colores por primera vez!

Una vez dentro de la sala de exposición nos volvemos partícipes de todas estas situaciones, tiempos, referencias culturales y lugares, tal como lo han hecho estas piezas-encuentros para formarse como las vemos en la muestra: estamos siendo con ellas, tal como hizo Montoya al seleccionar, desde distintas esferas, los elementos heterogéneos con los que articuló sus encuentros desde el asombro y luego desde su propia sabiduría.

Los dos retratos que se encuentran pintados sobre el muro, las dos Natalias (una en su versión niña, con un disfraz de los Pieles Rojas, y la otra en versión adulta, su rostro lleno de adornos, con un tocado de plumas en la cabeza, orejas puntiagudas y grandes piezas de joyería) vigilan a los danzantes y a nosotros, los espectadores, al interior de la sala, mirándonos quizás con el mismo asombro, tal vez en un gesto instintivo, tal como el gruñido, pero un gesto que ha sido educado por la Natalia adulta y ahora aparece convertido en técnica, en material para articular estos encuentros. Y más interesante aún: se nos abre la posibilidad de pensar que nosotros, como individuos, no somos más que un aglutinamiento de encuentros de distintos tiempos, latitudes, colores y formas ocurriendo al mismo tiempo, en todo momento.

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