-Por Camila Alegría
Lorenza Bottner nace como Ernst Bottner en 1959 en la ciudad de Punta Arenas, al sur de Chile. A los ocho años de edad tiene un accidente que pone en riesgo su vida. Se trepa a un árbol -dicen que para alcanzar un nido de pájaros-, pierde el equilibrio, y termina afirmándose de un cable de alta tensión que le pulveriza los brazos hasta el codo. Luego, una gangrena obliga al cuerpo médico a amputar ambos brazos hasta los hombros. Más adelante en su vida, Bottner comprendería que su cuerpo era en sí mismo una performance. No importa cómo me vista, dice, la gente siempre se me queda mirando.
Desde muy joven, siendo aún Ernst para el mundo, disfrutaba vestirse con la ropa de su madre y andar en sus zapatos altos. Pasada su adolescencia la artista piensa en realizarse una operación para cambiar de sexo, sin embargo, luego entiende que su afinidad y representatividad con el cuerpo femenino tenían que ver sobre todo con las prendas de vestir: las carteras, los zapatos, los sombreros. Está claro que los hombres también pueden vestir como quieran, pero viene bien asumir que el manifestar con mayor elocuencia nuestra identidad a través de la ropa es algo reservado con mayor exclusividad para las mujeres. No me había percatado de este privilegio hasta encontrarme con su entrevista en el microdocumental “Retrato de un artista” .
Así ocurre que Ernst ya no es Ernst, sino Lorenza. Una artista que no solo habla desde la disidencia sexual y de género, sino que también desde un cuerpo que diside del cuerpo hegemónico. Aprende a hacer todo con su boca y sus pies. Todo. Pintar, escribir, abrir la puerta de su departamento y poner a hervir agua para servirse un café.

No fue hasta que estuve viviendo en Barcelona que me encontré de frente con su trabajo en una retrospectiva de su obra curada por Paul Beatriz Preciado, activista disidente por excelencia de nuestros tiempos. Porque el trabajo de Lorenza es otro cuerpo de obra que casi queda fuera de los anales del arte por ese filtro inquisidor de lo normado. Otro cuerpo de obra del que casi nos privaron por no pertenecer a, por no parecerse a.
Preciado conoce la obra y figura de Bottner, y la instala directamente en la política queer, haciéndose preguntas como ¿cuál es el cuerpo político que estamos instalando a la cabeza del movimiento disidente? Preciado, como Bottner, va más allá del género. Reflexiona sobre cómo a la artista se le recluyó e infantilizó hasta la edad de 18 años por el hecho de no tener brazos; el cuerpo transgénero, como el cuerpo mutilado, parecieran ser cuerpos inhabilitados para la sociedad. El cuerpo disidente está presente, dice Preciado, pero dentro del marco del “freak show”.
El curador toca un punto sensible cuando se percata de lo siguiente: la mano es un elemento crucial en la política masculina. ¿Cómo se actúa, entonces, políticamente, sin manos?
Cabe reparar que la labor artística también se ha edificado en torno a la mano. Por lo mismo, hubo muchas personas que creyeron imposible que Bottner se dedicara a las artes -un diálogo entre la mano y el ojo, podría pensarse. Pero la verdad es que antes del siglo XX no importaba cuan sensible fuera tu ojo si tu mano no era capaz de representar aquello que veías. El ejemplo más icónico fue Van Gogh. Al menos el ejemplo más icónico según cómo se nos ha contado la historia, pero también pienso inmediatamente en Paula Modersohn-Becker, que sí, pintaba con sus manos porque las tenía, pero sería más preciso decir que pintaba con el estómago.
Aún pueden verse algunos registros de las performances de Lorenza Bottner. La artista se pinta de blanco y posa como una estatua griega damnificada, como aquellas que pierden sus extremidades y en su estado de ruina son aún más bellas. Se pinta a sí misma con alas, en vez de brazos. Se maquilla, se trasviste, se pinta el rostro evocando un paisaje. Recuerdo especialmente una en la que la artista baila frente a un grupo de personas, y ese cuerpo manco, mutilado, de pronto encuentra otra extremidad con la que bate su cuerpo, lo pone en tensión y lo equilibra: su pelo largo. La artista, como el felino que se desplaza grácil con la ayuda constante de su cola -y que mide el mundo a partir de sus bigotes-, inventa esa nueva extremidad, entregándonos una pista sobre cómo, en efecto, podemos y debemos repensar el cuerpo y lo que hemos construido sobre él, incluida esa “hegemonía de la mano” de la que hablará Preciado varios años después de ese baile revelador.

Una respuesta a “Lorenza Bottner y el cuerpo disidente”
[…] para leer: una breves líneas sobre la obra de Lorenza Bottner, por Camila Alegría, y un nuevo diálogo del #proyectosinnombre, esta vez con la artista Constanza […]
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