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Proyecto Sin Nombre II: Wilkellys Pirela

Bienvenidas y bienvenidos al segundo ciclo del «Proyecto Sin Nombre», una serie de entrevistas/conversaciones realizadas con artistas mujeres y disidencias en el contexto de las cuarentenas el 2020. Dado el éxito que tuvo el primer ciclo, hemos decidido empezar un segundo, siempre siguiendo los lineamientos que nos han guiado hasta ahora: horizontalidad, co-edición, y apertura a la deriva y la sorpresa propias de la conversación.

La primera invitada del 2021 es Wilkellys Pirela, artista venezolana radicada en Chile hace varios años, que trabaja la instalación, la performance, el textil y la intervención:

Paula Valenzuela: Me gustaría empezar hablando del tema de la bitácora. Hay un video muy lindo en el que hablas sobre tu trabajo como algo autobiográfico, como una bitácora que habitas. Hurgando en eso, pensaba en cómo se ha modificado en el tiempo esa bitácora: si bien funciona como testimonio de un momento vital, este también está en constante cambio. De Caracas pasas a Santiago, de un material pasas a otro, te rodeas de ciertos artistas luego con otros y así…

Wilkellys Pirela: Hay algo muy bonito que pasó con esa bitácora: aunque se refería originalmente a mi espacio doméstico en Caracas, se enlazó y vinculó muy bien con la migración porque sigo hablando de eso, de una vivencia que se relaciona con el situarse en un lugar. El cambio me permitió mantener ese enfoque, no tuve que detener las reflexiones que estaba haciendo allá, sino que más bien estas cobraron fuerza. Y todo fue muy fluido, lo cual me gustó mucho; a veces cuestiono los temas de los que hablo, pues al ser tan contingentes y actuales, temo saturarlos. Por eso lo trato desde lo personal, para no reducir una experiencia tan complicada como la migración a un solo rostro, o a una sola experiencia. 

Y aunque el centro sigue siendo la vivienda, obviamente esta bitácora se modificó muchísimo por el hecho de haber salido de mi país por primera vez cuando me vine a Chile. Mi contexto económico era super precario en Venezuela, por lo que viajar fue una explosión para mi cabeza, ¡yo ni siquiera sabía que acá en Chile había invierno! Pensaba que eso sólo pasaba en gringolandia o en Europa. Ese tipo de cosas, que son un poco graciosas, me hicieron darme cuenta de que existe un mundo enorme, un mundo enorme en el que me gustaría establecerme, pero en el que tampoco me quieren… y empieza esta lucha complicada por la estabilidad.

Victoria Guzmán: Tomando el tema de la bitácora y del habitar, conversemos sobre tu exploración de la casa y el hogar como espacios ambiguos, tanto de seguridad y contención como de hostilidad, agresión e incluso violencia. Me da la sensación de que estuvieras intentando hacer sentido de esas contradicciones, indagando a través de obras como “Memorización de un latido” (2019), “El Nacimiento” (2019), y “El bunker” (2020), jugando a armar el puzzle de qué puede ser una casa, contrastando visiones conflictivas de qué es un hogar. 

WP: Me encanta que te hayas fijado en los títulos, porque me tomó mucho tiempo en ellos. Es una lectura muy acertada, efectivamente trabajo esa idea de qué ocurre al interior de las viviendas, al interior de los cerros de Caracas. Lugares reducidos, donde hay hacinamiento, poco poder adquisitivo, y poca cultura pensando en esa idea más tradicional que solemos entender por cultura. 

Mis papás pudieron estudiar poco, tuvieron que trabajar desde pequeños, y no tuvieron el tiempo para dedicarse a cosas como la música, la poesía. Por eso nuestros códigos son bien rústicos y la convivencia también. Pensando en lo que decía Paula de cómo cambia esa bitácora, hoy afortunadamente tengo un cuarto, pero nunca lo tuve antes. Compartí con mis papás hasta los 24 años cuando migré; obviamente, no va a ser divertida una experiencia así. Que manches la cama y tu padre lo vea; o quieres ver a alguien y no puedes, porque hay un otro; o que el otro llega de mal humor a ese espacio pequeño… se genera un clima muy denso por la falta de espacialidad. Es tan importante entender eso. Y hoy, con un cuarto propio, mi carácter se ha modificado muchísimo, porque pasé de ser muy violenta a ser súper pasiva, en extremo. El espacio modifica y te da un carácter. Entonces en mis obras trato de rescatar esa vivencia, donde a pesar del monstruo del cerro, mi casa era mi casa, tengo una fuerte pertenencia a ese lugar, y obviamente un montón de cariño. Mi mamá es costurera y el sonido de su máquina en mi casa que es como una cajita de fósforos estuvo siempre muy presente… me gusta rescatar ese tipo de cosas, cosas hermosas que se entrelazan con lo más denso. Por ejemplo, el ruido de la máquina también era un problema porque mi papá odiaba ese sonido de la máquina de coser que era un canto para mí. Cuando estudié allá, en Venezuela, intentaba recoger esas cosas. 

El búnker (2019) Foto: Taller buena mano. / El nacimiento (2019). Foto: cortesía de la artista. / El búnker (2019) Foto: taller buena mano.

Es por eso que me molesta mucho la gente que romantiza esas situaciones, porque no son experiencias para ser idealizadas, es algo que me parece horrible, pues glorifica mil experiencias que son fuertísimas sólo para vender una estética. Y claro que el barrio tiene una poética del deterioro hermosa, es algo con lo que trabajo visualmente, pero adentro existe también toda una estructura que te mantiene allí, que no te deja salir, y que no es divertida. Hay que hacerse cargo de eso. En “El nacimiento” (2019) busco recrear ese cerro, usando palabras, secretos, fotografías, y números que hablan de una poesía rescatada de ese lugar. Es una pieza con mucha pintura negra, también, porque aunque busco recuperar esa poesía, que es muy personal, también había mucha oscuridad presente. Esa obra también se refiere a las luces de Navidad que se suelen poner en Venezuela en diciembre, es una época en que está todo muy iluminado, hermoso. Y conecta también con mi propio nacimiento, mis propias raíces.

PV: Me parece muy hermoso el detalle, de que tu madre sea costurera, y que hayas crecido con ese sonido, sobre todo cuando tú misma trabajas con el bordado y afirmas no saber bordar…hay una manufactura en tu trabajo que es súper interesante, y que se conecta a su vez con una cierta escala; sales a la calle y creas estas obras de gran tamaño, móviles, con escenas y micro espacios, que son cercanos a ti. Entonces por un lado tienes ese gran formato y por el otro, ciertos “microobjetos”, libros pequeños, bordados, íntimos, con elementos de resguardo y cuidado, como cuando de niñas buscamos ese lugar propio – ya sea un árbol, debajo de la cama, o en una esquina. ¿Cómo se relacionan ambas escalas?

WP: Finalmente todo tiene que ver con el espacio físico. A mi siempre me ha gustado trabajar en escalas grandes: quizás porque me ha tocado vivir en espacios súper reducidos eso me ha empujado a ser más expansiva, a buscar formatos que me abarquen. En la universidad nos daban un pequeño taller donde podíamos trabajar pero después me quitaron ese taller y tuve que volver al espacio chiquitín, a buscar formatos que me permitieran trabajar en mi pedazo de cama. Ahí entré en el libro-objeto, que me permitió hacer cosas chicas, avanzar incluso en espacios reducidos. Cuando vine a Chile el primer lugar en que estuve era una pieza pequeña, por lo que continué ese proceso, esa cosa de una cajita, dentro de otra cajita, dentro de otra cajita… Pero finalmente fue una solución a ese problema: aunque disfruto un montón la miniatura, personalmente prefiero trabajar formatos grandes. Mi necesidad y búsqueda siempre van hacia la expansión. 

Y bueno, con la llegada a Chile y el volver a estar en espacios reducidos el lanzarme a la calle fue otra forma de solucionar el tema de la escala. Si bien en Caracas ya había tenido piezas en el espacio público, aquí lo he desarrollado muchísimo más. Y llegué con ganas de hacer muchas cosas, ustedes saben como una sueña, pero tuve que botar muchísimas piezas por el tema del espacio. Por eso también empecé a trabajar con tela, porque es un material que es muy flexible y me posibilita crear trabajos a gran escala, pues puedo guardarlos en un bolso aunque midan 6 metros. La tela como material me permite mantenerme en esa gran escala que me gusta, al tiempo que puedo guardar esas obras sin demasiadas dificultades. 

Episodio #2387 (2019). Video: L. Romero.

VG: ¿Cómo ha sido la reacción a estos trabajos de la gente que transita ese espacio público? ¿Reaccionan a esa estética lúdica que tiene tu obra? Pienso en obras como “El juego de la regularización” (2019), una rayuela que es al mismo tiempo un juego y una representación gráfica de esa norma de la cual pareciera depender la humanidad misma de una persona. O esa estética caricaturesca, infantil, cándida, en obras como “Mi dragón es… “ (2020) que son rápidas, espontáneas, como un puzzle que se arma y se rearma, que son aparentemente simples pero finalmente enormemente complejas. Tu juegas con una visualidad basada en el collage, en los pedazos, trozos y deshechos, que señala a lo que se tiene y lo se puede, que habla de los límites que de cierta forma nos atrapan y los intentamos desafiar, empujar un poco más allá,  para hacernos un espacio. Como en «Episodio #2387» (2019) donde está esa tela larguísima, angosta, y que en el video vas enrollando, enrollando, enrollando, hasta meterla en una caja. Tiene una cosa como de maga, como de quien saca un conejo del sombrero, pues tu creas esa tremenda obra textil llena de telas, de capas, de puntadas, de hilos y remendones, que desaparece en una cartera ¡que te la pones y te vas! Tipo, aquí no pasó nada. 

WP: Las reacciones son bien variadas: hay gente que le gusta mucho, a otra no. Hice una obra que decía “todos somos del maldito mundo” y los vecinos de al frente la odiaron, la rompieron. Fue por la frase, creo, más que por otra cosa. En general a les niñes les encanta: es como un juguete gigante y me encanta poder regalar esa sensación. Por otro lado, creo que la mía es una forma de hacer arte que gusta más en espacios alternativos, independientes. Me da la sensación que lugares más consolidados siguen otras líneas. 

Me gusta lo que dices porque el cerro es así: de construcción intuitiva, hechiza. Las casas tienen un pedazo de madera con un color y otra con otro, y la gente trata de pintar encima y queda muy rústico. Por eso les decía que es muy hermoso: hay zonas donde hay pintura, sobre pintura, sobre pintura y eso les da tonalidades veteadas, algo muy hermoso visualmente. Esa es mi referencia principal. En el cerro no es que llegue un arquitecto o ingeniero y diga “vamos a construir una casa aquí”. No, es la misma gente que dice vamos a hacer una casa acá: comprate cemento, traete madera, y van haciendo la construcción. Y me gusta mucho esa idea de lo lúdico: me parece maravilloso que a través del humor y usando la risa puedes decir cosas horribles, densas. Le da una característica tan bonita que hace que te llegue doblemente. Claro que me refiero al “buen” humor, no al misógino, machista, ustedes saben. Entonces a través de los juegos – y de por sí soy bastante juguetona – busco también hacer una denuncia.

Mi dragón es…. (2020). Fotos: Patricia Paz y cortesía de la artista.

VG: Como cuando pones “NADA” en una olla en “Mi dragón es…” (2020) y en un plato en “En la puerta veo fantasmas” (2021). Están la cuchara y el cuchillo ahí, bordados, y en la mitad, esa palabra que te asalta y sobresalta. 

PV: Estaba pensando en esas obras. Lo relaciono a esa flexibilidad que como artista migrante viviendo en Chile tienes que tener, porque si no es fácil quebrarse. Cuando vi a esa cocina venir hacia mí – una cocina que habla de hambre, de vacío- me llamó la atención que estás ahí adentro. Es tu cuerpo. Podrías haberle pedido a otra persona que lo hiciera y grabarlo tú; o haber dejado la cocina en medio de la calle, y listo. Pero que experimentes tu propia obra en movimiento, que vivas eso que es doloroso, algo que se debe conversar, cuestionar, llevar a debate… Me pareció un gesto sumamente interesante, de muchas aristas que analizar. Quería saber qué te pasó mientras estabas ahí adentro, en ese lugar.

WP: Ese día fue gracioso porque mucha gente se detuvo a tomar fotos. Me decían “ooooh bacán”. Yo estaba un poquito nerviosa, porque  me había pasado ya lo de los otros chicos que rompieron la pieza de “todos somos del maldito mundo”, o me daba miedo que llegara alguien a decir tipo “esta huevona que está aquí, en este país que no es suyo” o “anda a criticar a tu país”. Cosas que me han pasado. Y aunque aquí en el barrio Yungay la gente ha sido muy chévere en general, siempre está la tensión. A veces trato de no entrar mucho en esas reflexiones, sino que priorizo el sentirlo, disfrutarlo, para no bloquearme tanto. Ya después teorizo la sensación o la emoción que tuve. Esas piezas de dragones son graciosas, porque nacen de un sueño que tuve en que una máquina de coser gigante caminaba por la calle, y esa imagen me encantó. La veo todavía aquí. Obviamente es muy distinta a como quedó la pieza al final, pero me pareció que la imagen decía mucho, esa máquina caminando por la calle. Después se me ocurrió no solamente hacer la máquina, sino que también una cocina, y así tengo varias ideas en la cabeza que cuando pueda las voy a sacar a pasear. 

Como decía Victoria hay una cosa que se manifiesta en la rapidez de las acciones, pues trato de simplificar mucho la idea, me concentro en el contenido y simplifico la forma de entregar ese discurso. Mi idea inicial era construir algo que se pudiese mover, tal vez con manos, o algo más corporal, pero la forma más simple de hacerlo finalmente era con mi cuerpo y así llegué a esa acción.

Como decía Victoria hay una cosa que se manifiesta en la rapidez de las acciones, pues trato de simplificar mucho la idea, me concentro en el contenido y simplifico la forma de entregar ese discurso. Mi idea inicial era construir algo que se pudiese mover, tal vez con manos, o algo más corporal, pero la forma más simple de hacerlo finalmente era con mi cuerpo y así llegué a esa acción.

VG: Es un gesto que también vimos en la obra de Paula Baeza Pailamilla en que se lleva al espacio público esa realidad que no queremos ver, que metemos debajo de la alfombra, en el closet, que no queremos que comentar ni sentir. Nos confrontan con esas realidades incómodas que preferimos evitar: como esa cocina, vacía, que en mi cabeza tiene sonido de caceroleo. Y que te grita, te interpela… esto está vacío, ¡está vacío! Te obliga a conectar con esa brutalidad. Pero con esa estética que comentamos, ¿no? la llamita naranja, el dibujo sin pretensiones, que deja entrar la incomodidad, pero también la acrecienta. Algo así pasa con la obra “Mantra” (2020) que es una capa que te cubre, te cuida. Tiene esa cosa infantil del juego, pero también te sitúa en un espacio de fuerza, reclamando no solo la precariedad, el dolor o la dificultad, sino que también una potencia y una agencia, un poder. Es una imagen poderosa.

PV: ¡Es hermosa! Y te subes arriba de la fuente, miras al horizonte. Fuertísima.

WK: Voy a empezar refiriéndome a algo que trato de no hacer. Cuando hablamos de temas muy densos, como la pobreza o el racismo, a veces solo se habla del dolor, la impotencia, lo terrible. Y no es tan así: todo tiene muchos tonos. Me gusta que la representación sea con esas tonalidades, para no caer en el panfleto, en lo binario, o en zonas sin movimiento, pues al final del día también deshumanizan. Por eso me gusta crear esos contrastes. 

La pieza “Mantra” (2020) se refiere a una situación particular que viví cuando llegué a Chile, que tenía que ver con el hogar y con la dificultad de ahorrar que se da en Chile. En esa época fui muy terca y para seguir creando me banqué muchas cosas, hasta que decidí cortar y hacer un cambio. Fue después de eso que nace esa capa, de mi capacidad de cuidarme. Hace referencia a toda la vivencia doméstica que tienen que pasar las mujeres, sobre todo si son mujeres migrantes, porque Chile es un país donde es tan caro todo, que es muy difícil decir “me hago autónoma”. Y entras en un circuito de incomodidad/comodidad que es como un círculo vicioso que te sumerge, sumerge y sumerge y tienes que estar muy consciente y reflexionar mucho para poder salir de eso. Y claro, ahí aparece la capa: un acto de decir yo no puedo seguir sintiéndome mal por esto, así que me protejo, me hago mi capa y doy un cierre a esta sensación y a esta situación. Le doy un cierre simbólico a ese momento con mi capa.

Mantra (2020). Foto: Kathy Antivilo.

VG: Es un verdadero mantra tridimensional, con las anotaciones, las puntadas, un ritual creado para ti misma. Me es imposible no conectarlo con esos discursos de autocuidado hipercapitalistas que enmarcan el autocuidado como consumo – ya sea velas, ropa, cremas, qué se yo. Y que apunta sobre todo a las mujeres, imponiendo una exigencia de autocuidado pero que solo se realiza a través de cosas. Me gusta que tus obras no son fácilmente consumibles, por decirlo de cierta forma. La capa de “Mantra” no puede disociarse de tu relato, o romantizarlo.  

PV: También implica una visibilización de la imperfección, lo cual se repite mucho en tu trabajo. Esa posibilidad de reconstruir, recrear, rearmar. Y la capa cubre tu espalda, cae hacia atrás, de cierta forma implica un futuro por delante. La forma en que te paras, la tomas, y direccionas tu cuerpo es tremendamente simbólica – aquello pasó; pero para poder seguir, miro adelante.

WK: Así es. Y por eso para el 8M la saqué otra vez, porque me hizo sentido. Y claro, al final apunta a ese rompecabezas que nombraste tu, Victoria, ese puzzle sobre el espacio doméstico: porque eso es lo que ocurre adentro, eso es lo que pasa ahí, sobre todo cuando no se tienen las herramientas socioeconómicas para salir de eso. Algo que a mí me saturaba y me hacía mucho ruido es que en el cerro lo que más hay es maltrato hacia la mujer; y desde pequeña he sido muy renuente a repetir eso, me lo he tatuado mucho la cabeza. Siempre me decía “yo no voy a repetir esto” “no voy a vivir esto” “yo no, yo no, yo no”. Y llego acá y lo termino haciendo. Entonces es durísimo, porque al final del día se traduce en un tema de dinero. Fue importante por eso hacer este gesto; como decías, Victoria, es un mantra que tengo para que no vuelva a suceder. Hay un libro muy bueno que se llama “Mi casa” de Mona Chollet una chica de Ginebra que dice que la mayoría de las familias son construidas en base al maltrato, y que es muy poco probable que esas parejas se separen porque el trabajo o la autonomía monetaria no lo permiten. Hay que hablar de eso. Tengo el privilegio de hablar español, de que me he movido en muchos lugares y tengo mucha gente bonita a mi alrededor que me ha apañado, pero cuántas personas no pueden salir de ahí.

VG: Eso que comentas de lograr salir de esas situaciones lo conecto con un elemento de tu obra, que aparece y reaparece, y que me pareció muy pero muy sugestivo. Muchas veces cuando dibujas una casa, como en “Embarcación de territorio” (2018), tienen puertas, puertas de tiza, de tela, de pintura, y que son misteriosas, quizás porque son de una simpleza seductora. Puertas que no sé adónde llevan, adonde van. Como salidas de los cuentos de Alicia en el país de las maravillas. Sí, quizás por un lado se refieren a ese dolor del espacio doméstico, a ese encierro que han tenido que sobrevivir tantas mujeres con agresores… pero también son esperanzadoras. Me hacen preguntarme adonde te pueden llevar – quizás hay algo más allá, algo mejor.

WP: Esa serie comenzó como una manera de hacerme un lugar acá en Chile, como una manera de sentirme un poco más estable. Me colgué de eso que hacen los perritos y gatitos cuando van por ahí, marcando su territorio, y así mismo voy buscando mis esquinas para dejar mis casitas. Como les decía, siempre simplificando las ideas, y como es en la calle también tengo que trabajar rápido. Fíjate que no había reflexionado de si implican futuro o escape, pero siento que es un poco de ambas. Hoy, cuando me siento bien, me siento tranquila, me es fácil decir que va más por el futuro. Pero también en un momento eran puro escape. Y me gusta eso, de que cada persona según su situación pueda interpretarlo. Las puertas también están en “Preguntas espaciales” (2018) y me sirven para hablar de la frontera, de esas entradas y salidas, de esas preguntas de quién sí y quién no, de qué modo sí y de qué modo no… Dirigiéndose ya al ámbito de las leyes migratorias.

Fotos: cortesía de la artista.

PV: Yo veo el tiempo en ti. Siento que lo trabajas de distintas formas: con la instalación, la intervención y la performance documentada. Tres disciplinas que para mí son equivalentes a los tres tiempos: la instalación que es más fija, tiene que ver con el pasado; la intervención tiene que ver con el presente; y la performance que es más mágica, no se sabe bien cuando ocurre, ni en qué termina, ni hacia dónde vas. Como cuando enrollas tu obra, la guardas en tu caja y sales del plano – yo quería seguir acompañándote, quería saber adonde vas. Y es un juego con el tiempo muy poético, hay decisiones que no son obvias, por ahí serán más o menos conscientes, pero con una temporalidad que me gusta mucho. Me dan ganas de acompañarte, como si fueras una viajera en el tiempo que nos viene a decir ciertas cosas.

WP: ¡Gracias Paula! Me encanta la idea de ser una viajera del tiempo, con mi capa estoy lista. Mira, fíjate que eso tiene mucho que ver también con las herramientas que tengo a la mano. A mi lo que me encanta hacer son las instalaciones. Me encanta, lo disfruto mucho, y lo haría todos los días. Pero para eso necesitas un espacio, y es muy difícil físicamente para exponer. Pero como me gusta seguir haciendo cosas me traslado a otras formas, que tienen que ver con la intervención que mencionaste y con el registro de las acciones. No es que no me guste hacer esas otras cosas, pero lo que me encanta es la instalación, me gustaría desarrollarla un montón, tomarme una galería completa… y de las ganas de eso aparecen esas pequeñas instalaciones y las acciones.  Es algo que ha ido floreciendo y que pasa por ir buscando una forma de mantener eso. A veces la misma pieza te va pidiendo cosas. Mi licenciatura fue en grabado y después de hacer mucho grabado me di cuenta que quería pintar, también. Y entré en la pintura. Pero de ahí me di cuenta de que me estaba llamando más lo tridimensional, y me fui a la escultura. Pero con la escultura me di cuenta que lo que me interesaba era el ensamblaje, y me fui al ensamblaje; y con el ensamblaje me di cuenta que lo que me interesaba realmente era la instalación. Y con la instalación, que es lo que me interesa un montón, no tengo dónde hacerlo, entonces dije cómo lo hacemos y me fui a la calle. 

Lo más nuevo, y fue una sorpresa darme cuenta que lo estaba haciendo, fueron las acciones registradas, porque nunca me vi en eso. Nunca fui consciente de que lo estaba haciendo hasta que una amiga me escribió “oye qué buenas performances que estás haciendo” y fue un golpe, como claro, eso es lo que estoy haciendo.

VG: Yo tengo una pregunta quizás un poco más filosófica, sobre “Preguntas Espaciales”. En ellas el uso de la palabra “verdadera” me interpeló. Me deja pensando, cual es mi piel verdadera, cual es mi verdadera casa. Pensándolo ahora, en esta conversación, pienso en esa forma que tienes de representar la realidad lúdica, rápida, y espontánea, y que apunta quizás a la idea de lo verdadero y lo falso. Tu cocina, tu máquina de escribir, tus casas… ¿son verdaderas o falsas? Quizás son más “reales” que muchas otras representaciones de hogares. 

WP: Claro, lo primero que se viene a la cabeza es tu sitio tangible, espacial. Pero hilando fino, no es realmente eso, es también el país donde estoy. Y no sólo el país donde estoy, es el planeta en el que habito, y no sólo es el planeta en el que habito, es el universo que nos falta por descubrir… Ese “verdadero” te hunde un poco más que la mera pregunta base. Y pasa eso que dices, de cuestionar lo obvio. Con las pieles, también, pensar que al final del día el racismo es algo construido. ¿Qué es la piel? ¿Qué somos, somos más que esto, somos más que un color, que una tez? Falta preguntarnos eso. El racismo hasta el sol de hoy se sigue ejecutando porque nadie se pregunta de dónde viene, en base a qué está creado. Y yo creo que nos falta mucho -a mí también, obviamente- preguntarnos por los orígenes de las cosas, porque allí podemos entender con más profundidad nuestra historia y también dejar de replicar violencias. Por ejemplo con la xenofobia: algo que decía Paula es que no es solamente un hecho geográfico, estamos construidos de migraciones, el mundo está en movimiento, y obviamos eso. Entonces cuando llega alguien de afuera y la gente dice “no, este no es tu lugar” pero ¡es que tampoco es tu lugar! A ese punto voy con el “verdadero”, a entender ese movimiento

Preguntas Espaciales (2018). Fotos: cortesía de la artista.

PV: Sobre la posibilidad de mirar el origen y el hogar, que tiene que ver justamente con esto de lo verdadero, me parece que la sociedad no sólo no te permite resolver estos temas, sino que te obliga a mantenerlos en el tiempo. Actitudes fijas, estáticas, falsas. ¡Y lo verdadero es justamente lo contrario! Buscar lo nuevo, cuestionarnos, es repensar el futuro a partir del pasado… un vaciarse permanente. Esas preguntas son clave, porque van a lugares que nos tocan a todos. Que alguien no lo quiera ver es otra cosa.  

WK: Cuando hablas de ese reconstruirse, creo que visualmente también se ve en las materialidades, en las paletas de color, porque finalmente somos movimiento. Y eso que dices tú de lo estático, o lo estructurado, o el miedo al error, a equivocarse o a dejar de gustar … finalmente hay que darle, darle nomás. Porque yo creo que por estar tan fijos en ciertos roles y ciertas formas de pensar es que estamos tan mal también, y no vamos a sacar nuevas formas si nos quedamos en lo estático.

VG: Tu obra es muy relacional, e implica profundamente a un otro u otra que la está viendo. Uno de los temas que yo estudio como académica es la memoria, y hay un pensador que dice que cuando exportamos la memoria a algo, exportamos también esa responsabilidad de recordar. Saco una foto, y exporto la memoria a esa fotografía; o si hago un monumento, le traspaso el deber de recordar a ese pedazo de piedra. ¡Y olvidamos! Por eso muchas veces vamos al centro y vemos estatuas y no sabemos quienes son esos personajes; son los monumentos mismos los que recuerdan. Eso pasó con Baquedano, lo tuvimos ahí tanto tiempo, lo olvidamos, y cuando volvimos a revisar nos dimos cuenta que ya no nos habla, que ya no lo queremos como monumento. Lo digo porque recalca la importancia de recordar y re-mediar las memorias constantemente, porque si no, mueren. Es por eso cada 11 de septiembre prendemos velas, para recordar. Si dejamos de hacerlo, aunque tengamos miles de monumentos, vamos a olvidar.

Fotos: Cortesía de la artista y L. Romero.

Es una idea que vinculo mucho con tu obra, porque está en constante crecimiento, en un constante nutrirse. No existe “LA casa”: hay que estar indagando y preguntando por ella todo el rato. Es un constante escarbar, incluso un constante roce con el mundo “real. Y tu obra es testimonial, estas testimoniando estas experiencias de vida profundas, importantes, pero es un testimonio que si no se actualiza, no se mueve, se queda en nada. Por eso me gusta eso que estaban diciendo, de acumular, de repetir, de capas, gestos de memoria.

WP: Qué hermoso eso que estás diciendo. Me pasa que mi memoria es muy mala; y como ese mantra que les comentaba de “yo no” hubo otra cosa que siempre me mentalicé mucho, y es que nunca olvidaría mis raíces. Es algo que pasa mucho, porque los cerros en Caracas son muy estigmatizados, tienen una carga simbólica muy negativa, o de lástima o de prejuicios. Y es algo que te marca mucho, porque sabes que te están viendo en base a esas opciones, y por eso mucha gente olvida su raíz en busca de ciertas nociones de éxito muy alienadas. Entendibles, también, porque hay todo un mundo construido para que pensemos de esa forma. Y es mi inicio: eso soy, eso tengo, quizás no me marca definitivamente, pero es de donde vengo. Y en retrospectiva, claro, evidentemente una olvida cosas, olvidas vivencias, olvidas hechos, sensaciones y emociones, es importante mantener eso vivo porque te da pie también, te da una cachetada tipo “no olvides que todo esto lo viviste”, y por qué ahora te sientas bien y estés bien -que es súper válido- sigue esa realidad, latente, sigue tu familia también ahí. Es una forma de no olvidar. Y bueno, con la capa también trato de marcar hitos: esto te pasó, tenlo presente para que no te vuelva a ocurrir, pero es una posibilidad. 

Y la documentación aquí en Chile es otra cosa tan difícil. Espero que en unos años no sea tan difícil, es algo que espero con muchas ansias. Hoy en día es casi imposible conseguirla, y es necesario que quede un registro de eso también. Me ha pasado mucho con este tema de la documentación que me invitan a conversar sobre migración y nadie habla de eso. Y es algo tan vital: sin la documentación no eras parte, estás en un lugar super fragil. Esa y otras preguntas que hay que sacar a la luz, porque si se hablaran más, mucho más, estoy segura que mucha gente comprendería, y quizás tendríamos una distribución de la riqueza más justa. 

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