Llegué a “Soplo”, la nueva exposición de Ernesto Neto (Brasil, 1964) en el Centro Cultural Palacio La Moneda, cargada de energía. Era la primera vez en casi un año que me subía al metro; debido al Coronavirus había optado por la bicicleta o caminar. Fue exhilarante volver a sentir la ciudad viva y en movimiento, a pesar de que había mucho menos gente de la que normalmente se ve a la salida del Metro Moneda. Las personas con que me crucé, además, se movían con esos gestos lentos y cansados de quienes ocupan mascarilla con 30 grados de calor en medio de una pandemia global.
Ernesto Neto es un artista reconocido a nivel mundial, con retrospectivas en el Guggenheim Bilbao (2014) y participaciones en la Bienal de Venecia (2001, 2017). “Soplo” es su primera retrospectiva en América Latina, con un recorrido que comenzó el 2019 en la Pinacoteca de Sao Paulo (que seleccionó las piezas y realizó la curatoría) y aterrizó el mismo año en el MALBA en Argentina. Neto es internacionalmente reconocido por sus obras inmersivas: textiles (ya sean de medias o crochet) cargados de colores y olores, que se descuelgan y mecen desde techo, paredes y suelo. Por lo general, son obras creadas para ser tocadas, recorridas, habitadas, olidas, y sentidas; artefactos que apuntan a la necesidad de reencontrarse con la espiritualidad y el juego, y que buscan (o pretenden) fortalecer los lazos comunitarios de quienes las experimentan. Todo ello, fuertemente influenciado por creencias y prácticas de tribus amazónicas. Pero, ¿se logra? Veamos.


Enquanto nada acontece (2008/2019)
Neto busca activar el cuerpo colectivo y revivir comunidades adormecidas a través del encuentro de las personas en torno a su obra. Sin embargo (gracias, Covid-19) ese cuerpo político no está y es difícil experimentar una obra sobre comunidad y colaboración cuando ambos conceptos parecieran estar hibernando en otros lugares a la espera del fin del invierno pandémico. También me hace pensar en si «la comunidad» (o las comunidades) están hoy, realmente, en el museo y en la galería. Me imagino cómo cambiaría toda su obra si fuera expuesta en la calle y en la plaza. Por otro lado tampoco hay demasiado espacio para el cuerpo individual – para jugar y toquetear, para sentir y oler – dadas las ansiedades y temores de este virus invisible con el que estamos conviviendo. En ese sentido, se podrían mejorar los “protocolos” del CCPLM (no saben cuanto me odio por haber escrito esa palabra). Sí, me subí a las hamacas de Velejando entre nós (2012-2013) y toqué el tambor chamánico de Circleprototemple…! (2010): sin embargo, fueron más bien formas de mandar a la mierda a las limitaciones del último año más que acciones emanadas de una verdadera sensación de seguridad. Contrasta fuertemente con las medidas que ha tomado el Museo de la Solidaridad Salvador Allende, cuya exposición «Rojo» tiene alcohol gel en cada sala, aforos bien señalados, y explicaciones respecto de como se desinfectan aquellas cosas que el público está invitado a tocar y usar.


«Todo el tiempo recibimos información, pero quiero que aquí se deje de pensar. Refugiarse en el arte. Pienso que no pensar es bueno, es respirar directamente de la vida» comentaba Neto en una entrevista de Artishock. Sí, se hace difícil hacerlo en las circunstancias de aprehensión actuales, pero el montaje y las obras seleccionadas no lo facilitan. Las referencias a naturaleza y comunidad se pierden en la arquitectura industrial, pelada, dura, incluso polvorienta que las aloja. La sensualidad de la vida, el espíritu lúdico que los movimientos curvos del crochet y las medias buscan generar se desinflan; más bien se presentan como artilugios vacíos y ajados. Se ven cansados, y cansan. Varías obras estaban rotas o rajadas; los olores apenas se sienten con las mascarillas. Los pasos de los escasos visitantes crean pesados ecos en la sala.
Más que juego y comunidad, naturaleza y espiritualidad, el sentimiento es de tensión. No es solo la posible presencia viral: emana también de la selección misma de las obras. En la serie de fotografías M.E.D.I.T Metamorfose espiritual do inconsciente topológico (1994) el artista va lentamente desapareciendo bajo un hilo que rodea su cabeza: sus ojos, su boca, su frente, su nariz. Son fotografías que hablan de agobio y de ahogo, de claustrofobia, hasta que en la última el artista emerge de su encierro. O el suspenso de obras como A-B-A (1987) en que placas de hierro conectadas con cuerdas se elevan en un equilibrio precario, dada por la tensión del hilo y el peso del metal; o BarraBola (1988) en que una barra de hierro descansa sobre una bola de goma; o n gluon n (1992) en que dos pequeñas placas de hierro parecieran querer alejarse la una de la otra, pero son impedidas de hacerlo por un tirante tejido, muy fino, como tela de araña. La atmósfera monocromática de las obras (en su mayoría beige, café, gris) tampoco ayuda a salir de un ambiente que se respira denso y tenso, como si no pudieramos volver a salir de él.





También recorre la sala una decidida tensión sexual. La gran mayoría de los dibujos exhibidos son vagamente sexuales, como si estuvieramos viendo los esbozos de cigotos, vulvas y fetos en Sin título (1990) y Sín título (1993). O en Copulônia (1989/2009) donde flexibles tejidos de poliamida (medias) y esferas de plomo viven una tensa cópula. En Flying Gloup Nave (1999/2019), una de las obras más inmersivas de la muestra, los visitantes son invitados a penetrar una estructura de tejidos semitransparentes compuesta por un corredor más largo y estrecho que al expandirse con el cuerpo del visitante desemboca en un atrio más amplio y, digámoslo, uterino. Y para que hablar de O esculto e a deusa (1995), fotografía a color en la cual la boca del arista rodea una figura femenina (esa en particular se la dejo a su propia interpretación). En otras palabras, me hubiera gustado que en vez de hacer un texto a la obra de Neto en general, se hubiera hurgueteado más en conceptos y relaciones que aparecen al recorrer esta selección en particular.





En ese sentido, la interacción entre la selección de las obras, el contexto, y el discurso curatorial y artístico no termina de cuajar. “Soplo” nos recuerda que una buena exposición depende de muchos más factores que tan solo la fama del artista. Insisto que, como en cualquier exposición itinerante, el espacio para experimentar de CCPLM era limitado. La sección a mi gusto más viva y lúdica de toda la exposición es aquella dedicada a los dibujos de los visitantes: un arcoíris de color, de dibujos de ojos abiertos y cerrados, de rayones enérgicos, de bosques y ríos sobre papel. Cuando tomé el lápiz de cera para hacer el mío, volví a dudar un segundo. ¿Cuántas personas habrían hecho lo mismo ese día? A pesar de que hay que comprar y reservar entrada para pasar a la exposición – un modo de controlar el aforo de personas en cada momento – ya eran las 5 de la tarde. No había alcohol gel por ningún lado. Bueno. Tomé el lápiz y me puse a dibujar. Las personas con quienes nos cruzamos caminaban tímidas, tomandose fotos rápidamente en las obras inmersivas para seguir su camino.

En entrevista a La Tercera Neto comenta que para él la exposición tiene un solo tópico: “El cuerpo. Cómo se mueven nuestros cuerpos, cómo los sentimos y cómo pensamos a través de nuestro cuerpo”. Efectivamente, Neto siempre se ha presentado a sí mismo como un “chamán” del arte. Ha sido criticado en ese sentido: por continuar a la exotización de prácticas indígenas, por recrear irreflexivamente artefactos religiosos y espirituales en constructos culturales occidentales, por reforzar estereotipos sobre “lo primitivo”, por convertir tradiciones ancestrales en algo “cool” donde tomarse selfies. Que sus ropas blancas y pelo desordenado son una pose, pura afectación. Para mi gusto, falta ambigüedad y soltura: en su obra el juego se hace pesado, y la espiritualidad demasido ligera. En ese sentido, una de las primeras obras que sale al encuentro del visitante está ubicada en el hall central de la galería: Cura Bra Cura Té (2019) está compuesta por densos tejidos de crochet de colores, que se cruzan y entrecruzan formando una estructura que va de techo a suelo y que al llegar al piso crea una especie de capullo. La rodean plantas, más textiles, taburetes para sentarse, e incluso… ¿una guitarra? ¿Realmente alguien quiere que me siente ahí y empiece a cantar? Se adivinan buenas intenciones, pero más que «generar comunidad» me hizo pensar en tantos momentos de mi juventud en que hombres buenos para la fogata y la balada romántica se lanzaban (con mucha honestidad y quizás poca autopercepción) a cantarle a la luna. Al igual que esas veces, me dejó más bien indiferente, y algo aburrida. Claro, la estructura es «entretenida» y se ve bonita en las fotos. Pero la ejecución ofrece algo a medio camino entre un cliché y una plaza de juegos para niños; como vendiéndome algo que no estoy interesada en comprar, pero que sería entretenido probar en un momento de aburrimiento.


Antes de salir, pasamos nuevamente por una instalación de crochet rojo – Circleprototemple…!, (2010) – que colgando referencia vagamente a un corazón. En su interior hay un tambor, esperando a ser tocado. Supuestamente, es para que “marque el ritmo” funcionando como “punto de encuentro que se expande, como sucede con El Aleph de Borges”, explica Neto. Me subí. Toqué el tambor. Esperé en silencio. Me bajé, con ganas de volver a la ciudad llena de vida que me esperaba tres pisos más arriba.
Recomendado: Miren. Todos necesitamos un respiro (¿un soplo? lol) a estas alturas de la pandemia. Si van, igual lo van a pasar bien. Las hamacas son relajantes, es verdad. Las fotos son choras, es verdad. Pero, ¿hay otras exposiciones que recomendaría ir antes? La respuesta es un rotundo sí: «Visiones alteradas» de Voluspa Jarpa en el Museo Nacional de Bellas Artes, y «Rojo» en el Museo Salvador Allende son sólo dos.
Dónde: Plaza de la Ciudadanía 26, Centro Cultural Palacio La Moneda, Santiago.
Cuándo: Entre el 14 de noviembre de 2020 y el 21 de marzo de 2021. Por ahora, los horarios son Martes, Miércoles, Jueves y Viernes de 10:00 a 18:00 horas – pero revisen antes por si hay cambios debido al Covid.
Cuánto: Entrada general: $3.000. Estudiantes y otros convenios, $1.500. Amigos del CCLM, menores de 12 años y mayores de 60 años: liberada. Los martes también es gratis, previa reserva aquí.