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Proyecto Sin Nombre: Paula Salas

La 11ava invitada a este proyecto sin nombre (humilde, dialogante, divergente) es a la artista visual Paula Salas. Es el lunes después del plebiscito; estamos contentas, desconcentradas, cansadas. Ansiosas de comenzar un nuevo capítulo de la historia, con una constitución colectiva y paritaria.

Victoria Guzmán: En los últimos años gran parte del mundo del arte se ha articulado como un espacio de resistencia frente a los problemas económicos, sociales, medioambientales, y de desigualdad a los que nos enfrenta este capitalismo tardío. Sin embargo, hace un rato ya me vengo preguntando, en vista de lo que ha ocurrido en el último tiempo y sobre todo considerando el triunfo de ayer, si ha llegado el momento de ir más allá de la denuncia. Hace varios meses (o años) que me parece que el veneno ya está identificado, las estructuras de poder están visibilizadas, los privilegios, las interseccionalidades. Por supuesto que nunca es algo absoluto o total; pero me hace pensar en si ya toca (desde nuestros distintos roles) ir más allá de la denuncia. Como artista y habiéndote desenvuelto en el plano del arte política tanto tiempo ¿piensas que ha llegado el momento de ensayar soluciones, explorar utopías, de mostrar caminos posibles?

Paula Salas: Sería precioso que en un momento como el que vivimos hoy, en que estamos llenos de esperanza y pensando en el país que queremos, empecemos a ver distintas formas de arte. Que ensayen otras formas de pensarnos y relacionarnos Y que eso se visibilice incluso más allá del mundo del arte! Ensayar otras formas de construir realidad, de hacer sociedad, de relacionarnos con la naturaleza, etc.

Pero es importante señalar que distintos tipos de arte existen al mismo tiempo. Cada forma de arte es relevante porque articula distintos significados y produce distintos efectos. Obviamente hay tendencias: en un momento muy álgido de represión, por ejemplo, habrá mucho arte-denuncia. El estallido del año pasado produjo una explosión de arte político que tenía un poco de denuncia y un poco de esperanza. Personalmente, y a pesar de que tengo una línea propia, me parece muy importante que existan y convivan distintas formas de hacer arte. Que exista el arte comercial, que exista un mercado del arte – más allá de si una quiere meterse en eso o no. El arte de la calle, específico a su lugar, es súper relevante: son recordatorios permanentes sobre porqué estamos luchando y contra qué. Y por otro lado, aunque es importante la instantaneidad y efervescencia, también tienen que haber otras formas artísticas quizás más lentas, reflexivas, profundas y propositivas, en el sentido que dices.

VG: ¿Cómo lo vives en la práctica? ¿sientes que ha habido un cambio en tú forma de hacer arte con todo lo que ha estado pasando?

PS: Lo identifico con procesos más largos, más internos. En lo personal, un proceso importante ha sido descubrir el feminismo, por entender la cantidad de maneras en que somos limitadas, e incluso reprimidas, sólo por ser mujeres, y más aún si somos mamás. Me ha tomado mucho tiempo, por lo menos 6 años -desde que nació mi primer hijo- comprender que las cosas no son así por naturaleza. Cuando tienes hijes es como si el medio artístico dijera “bueno, la perdimos”. Se vive una verdadera desaparición forzada, que va mucho más allá de que efectivamente necesitas un tiempo “fuera” cuando eres mamá. A mi parecer no se debe a la maldad de una persona en particular, sino que esa exclusión es parte de un sistema más grande, y del que todes somos cómplices. Incluso es una lucha constante conmigo el parar esos comportamientos y pensamientos en mí.

De hecho estas reflexiones, que han sido muy significativas en mi práctica artística, por mucho tiempo las trabajé en paralelo a mi trabajo más público. Por ejemplo, empecé a investigar la relación entre maternidad y arte desde que nació mi hijo. Pero en un principio no me atrevía a hablar de ese tema en mis obras: las veía como proyectos personales, para entender mi propia situación. Recién cuando mi hijo tenía un año y medio hice una primera residencia en que trabajé este tema específicamente, en R.A.T, en el D.F. en México. Era un proyecto que se llamaba Together, donde mi ambición era trabajar con él, poder hacer arte juntos, más que “usarlo” yo a él. Hacíamos performance en los museos y en distintos lugares culturales de la ciudad. ¡Obviamente fue agotador!  Quedó archivado en un cuaderno de viaje.

Luego, hace unos dos años, conversando con Soledad Pinto, esas reflexiones acumuladas empezaron a cuajar hacia afuera. Soledad también es artista y justo había tenido su segunda hija. Un día me dijo “siento que se me salen todos los fluidos del cuerpo para fuera, siento que estoy infiltrando líquidos por todas partes”. Y las emociones también: “vivo en desborde, me rebalso todo el tiempo”. ¡Y me identificó tanto! Ahí fue cuando dijimos, tenemos que hacer algo con esto. Como artistas siempre nuestras experiencias de vida son material. Y es tan injusto que la experiencia de la maternidad no lo sea. Me enrabié un poco con esa situación: que puedes hablar de la protesta social, puedes hablar de un montón de cosas que te van pasando en la vida, pero la maternidad pareciera no ser un tema apto para hablarlo en el arte, aún cuando es una experiencia vital súper importante y súper política, también.

Decidimos entonces con Soledad abordar la idea del “desborde” como statament político, haciendo una exposición que visibilizara esas cosas “desagradables”, propias de la maternidad, propias de ser mujer. Se nos hizo algo absolutamente necesario, porque a pesar de todo lo que ha pasado, sigue siendo un tema muy tabú. Y la verdad es que si a alguien no le gusta, si no quiere ver mujeres chorreando, bueno, ¡que metan la cabeza en un hoyo! Pero nosotras no nos vamos a esconder más.

Entonces, han sido casi 6 años para llegar a una obra desde esas primeras preguntas, 6 años de proceso de interiorizar el feminismo y la maternidad. De tomar lo que había estado pensando en mi ser político y poder llevarlo a mi ámbito como artista. Ha sido necesaria una cuota de valentía – y no lo digo para echarme flores, sino que por todas las mujeres que lo hacen. Porque pasa que incluso ciertos feminismos te miran feo por ser mamá; y sobre todo si eres mamá, heterosexual, y con pareja. Eso no puede ser,  tenemos que luchar mas duro para salir de esas demarcaciones. Y aunque ese primer intento “Together” no lo publiqué, sí lo seguí procesando, y luego lo pensé como un juego de colaboración para artistas con hijes, como una manera de investigar la práctica artística y su relación con la maternidad y paternidad.

VG: Leaking Women es un concepto muy corporal, de fluidos, tangible, pegote. Como que mancha. En contraste, tu trabajo con el colectivo Agencia de Borde se realiza desde una distancia, que aquí desaparece.

PS: Así es. Leaking Women se gatilló al darme cuenta de que estaba en deuda conmigo misma respecto de la experiencia vital de la maternidad. Llegó un punto en que ya no lo podía seguir postergando: ya tenía dos hijos, ya estaba desbordada ¡“leaking” por todos lados! No podía no hablar de eso, hacer como si no me estuviera pasando. Fue algo que no me había ocurrido antes: un ímpetu vital más allá que un cuestionamiento intelectual. Como dices, es algo físico: se refiere este cuerpo que estaba deforme, extraño. De eso quería hablar.

Fue tanto nuestro ímpetu, que la primera obra que pensamos con Soledad fue fotografiarnos recién paridas, aun amamantando. Nos sacamos fotos posando como cariátides, desnudas y sosteniendo el techo. Las cariátides son esas figuras griegas que afirman el techo del templo, sostienen un peso gigante, pero siempre con cara de nada. En contraste con Atlas, un personaje masculino que sostiene el cielo pero a quien se le nota que le pesa – se esfuerza, empuja. Quisimos jugar con esa imagen de la diosa súper poderosa que logra levantar el peso de un edificio, pero también hace aguas, se desborda. Evidenciar que ese esfuerzo tiene un costo. Dar vida, ser mamá, son cosas que te transforman, no te puedes hacer la loca con esos cambios en todos los niveles – físicos, emocionales. Y en el fondo también era nuestra oportunidad de reírnos un poco de eso, de ese desborde. Nos sacamos esas fotos que son como de mal gusto, con las pechugas gigantes, chorreando leche, muy poco elegante – nada que ver con la artista preciosa posando como musa. Nos usamos a nosotras mismas, algo que a mí jamás se me hubiera ocurrido. Yo nunca había hecho algo performático, ni me había sacado una foto, menos sin ropa. De hecho, invitamos a otras mujeres pensando que nadie iba a querer hacer esa locura con nosotras. ¡Y muchísimas quisieron! Hubo una gran fuerza en esta acción, en el puro acto de exponer nuestros cuerpos post-parto.

Esas fotos las imprimimos en un tamaño gigante, cinco metros, y les agregamos unos chorreos con lanas de colores que representaban esos fluidos que salen del cuerpo maternal. A esa obra les llamamos Cariátides, mujeres sosteniendo el techo de manera colaborativa. No es necesariamente una obra “bella”, en su sentido más hegemónico. Pero hacerla fue muy liberador: suspender el criterio del buen gusto y de la belleza y pensar desde adentro, representando lo que realmente sentimos.

Propusimos la exposición Leaking Women al MAC, y decidimos invitar a otras artistas que exploran la maternidad. Las mujeres que invitamos colaboraron cada una con obras y acciones muy diversas: poemas, voces, poses, objetos, etc. Eso hace de la exposición algo realmente extraño, sobre todo en términos estéticos. Por un lado es una exposición un poco kitsch, un patchwork de diferentes estilos, referencias y materialidades, y esto, para nosotras que somos muy perfeccionistas, fue un salto al vacío. Es un proyecto rarísimo, que no se parece a ningún estándar o criterio que yo conozco, y eso me pareció muy honesto. Bueno y lo más extraño de todo es que quedó ahí, congelado en el MAC del Parque Forestal: la exposición iba a inaugurar el 22 de marzo, justo la semana que empezó el encierro por COVID. Actualmente estamos trabajando en el catálogo del proyecto con tres autoras, y les pedimos que no escribieran de la exposición en sí, sino que escribieran de lo que quisieran. Hay teóricas como Sophie Halart que es académica y acaba de tener su segunda hija; Sasha Mudd, que acaba de tener su tercera hija y es filósofa; y Joselyne Contreras que es curadora y mamá. Entonces también la publicación va a ser experimental, una plataforma muy libre para abordar la maternidad y el arte. Esta libertad es esencial porque todo el proyecto finalmente trata de un tema difícil y que ha sido ocultado, que cada persona debe explorar con sus propios medios.

PV: Me da vuelta eso que dices de que “no es bello” y ese pensamiento de que el arte es o político o decorativo (el fantasma de la palabra “lindo”). O que tiene que pasarse a la punta para que incomode. Me pregunto que hay entre medio. También me hace pensar en qué acepta la sociedad como estético: qué pasa con el tema del porno, cómo se tolera que se exhiba el cuerpo de una mujer de ciertas formas y no otras; el tema de la moral; o qué pasa con una madre que amamanta en público versus el marketing que usa imágenes de mujeres para vender un producto. Y pienso como todas esas cosas han entorpecido nuestra relación con nuestro cuerpo, con nuestra maternidad, con nuestra menstruación.

PS: Hay mucho tabú y también mucha gente que se siente con derecho de indicarte cómo tienes que actuar cuando eres mujer. Es algo que una siente siempre en la vida, desde que te preguntan “cuando te vas a emparejar”, “cuándo vas a tener hijos”. Y luego, cuando estás embarazada, todo el mundo te opina constantemente. Una amiga curadora, holandesa hace poco tuvo su tercera guagua. Trabajaba en un espacio súper cool, súper “progre” en Amsterdam, y el curador jefe la vio llegar con guata y le dijo “¿Ya estás embarazada de nuevo? !No lo puedo creer! Espero que esa la última”. ¡Su jefe! ¿Tú crees que eso se lo dicen a un hombre, cuantos hijos debiera tener o no tener? Entonces lo que me gustó de este proyecto fue hacer un statement con nuestros cuerpos de una manera que no calzan con esos moldes: no es sexy, ni bonito, ni de buen gusto. Cercano a lo que hace la Cindy Sherman.

Por otro lado, siento que les artistas manejamos la belleza para transmitir mensajes. Lo lindo tiene su objetivo, como en mis proyectos de arte colaborativo, donde es súper importante que los murales sean “lindos”, así entre comillas, porque genera algo en los vecinos. Es importante que sean atractivos, que sean decorativos. Ahí la belleza es un medio para lograr que la gente los vea y se sienta cercana a ellos. Tienen que ser imágenes que, de buenas a primeras, sensorialmente, te seduzcan. Si no ocurre este efecto, es improbable que en el barrio los cuiden. Lo mismo con Agencia de Borde: muchas veces trabajamos los videos con una estética atractiva, para que den ganas de verlos, y luego, mientras los miras, te empiecen a surgir las preguntas. Entonces la belleza también es un medio para lograr otras cosas.

Paula Valenzuela: Somos seres políticos, y es algo de lo que yo cada vez me convenzo más, como artistas, como mujeres, como hermanas. Y es interesante unirlo a la necesidad de desestructurar esa relación binaria entre el artista y la obra, por ejemplo, con el arte colaboratio. Algo que también se relaciona con otras experiencias que la artista vive, como ser madre. El momento que eres madre te relacionas con tu comunidad de otra forma; porque ya no estás sola, porque ya no vives para ti; porque entiendes que el mundo es colaboración. Y tu obra es básicamente colaborativa, y busca meter ruido en zonas estructurales que son importantes.

PS: Totalmente. Los proyectos colaborativos fueron algo en lo que me empecé a meter en un momento en que estaba hastiada del arte porque sentía que era irrelevante. Que incluso el arte más político tenía poca injerencia en la realidad de la gran mayoría, que incluso el arte más crítico finalmente solo unos pocos lo iban a ver. Hoy he cambiado esa perspectiva. Pero en un minuto, cuando estaba terminando mi magíster en Holanda, en un lugar donde existe un mundo del arte muy armado y estructurado, con un mercado fuerte, el arte se me apareció como un juego, como un hobby de hipsters y millonarios. Una actividad de una elite que, aunque es internacional y variada, funciona igual que una burbuja. Quería que mi trabajo tuviera un efecto concreto en la realidad, más allá de públicos que en teoría estaban dispuestos a cambiar. Quería hacer cosas que tuvieran consecuencias, aunque fuesen chiquititas, aunque fuesen sólo para una persona. Algo que yo pudiera visualizar.

Comencé a trabajar un primer proyecto en un barrio residencial en Rotterdam, en el que investigué la historia de ese barrio junto a sus vecinos. Fue mi primer intento de involucrar a una comunidad, de trabajar con un público que no era cercano al arte pero que a través del arte creaba conexiones y conversaciones sobre su propia identidad y territorio. Eso me abrió un mundo. En ese momento me di cuenta de que el arte para mí era un medio, no el fin. Que lo que me molestaba era pensar en la obra como fin, o que el objetivo final como artista fuera siempre producir una exposición, aunque fuera una exposición increíble.

Creo que esto puede ser el sacrilegio en el mundo del arte, pero ya no me importaba cómo fuera mi arte en la medida que fuera funcional a otro fin. Por ejemplo, en el proyecto que estoy trabajando ahora de murales colaborativos, la visualidad de los murales no necesariamente representa mis intereses o gustos estéticos. Pero eso no es lo importante; son el medio, el medio para generar una identidad comunitaria, empoderar a la gente, y lograr una activación social. Es un efecto social acotado, en una escala súper pequeña. En el barrio en que estamos trabajando las personas con las que colaboramos serán unas 30. Pero me empezó a hacer más sentido que fueran 30 personas a las que les pasara algo en sus vidas, a que la obra llegara a muchas más, pero que la vivieran como algo mucho más pasajero. Quizás tuvo que ver con la maternidad, que te produce una sensación de urgencia. Como ya no tienes tiempo para hacer tantas cosas, tienes que elegir las esenciales para ti.

PV: Es muy cierto eso que comentas del arte como medio y no fin. Es algo que veo mucho en mi generación, híper millenial, en que hay mucha ansiedad por la visibilidad del trabajo. Buscar un sinfín de éxitos que a final de cuentas son súper pasajeros. Entonces plantearse el arte como un medio que va a tener por ahí su huella en el futuro – uno nunca sabe hasta dónde llega ese primer paso, o hasta dónde resuena lo que uno hizo. Creo que es urgente y necesario que tomemos consciencia de eso. Podemos hacer obra, pero el objetivo puede ir más allá: estamos al servicio de la comunidad, finalmente. Siempre va a primar el cómo nos relacionamos con el entorno, qué aportamos y cómo damos continuidad a procesos comunes, sociales. Proyectos más “invisibles” pero con una gran potencia a futuro.

VG: Pienso en cómo las empresas durante mucho tiempo respondían a sus “shareholders” (accionistas), o sea, a las personas que son dueñas de parte de la empresa y tienen un interés económico en que a esta le vaya bien. En las últimas décadas se  ha intentado que las empresas consideren también a los “stakeholders”, o sea, a las personas a quienes afecta la empresa: las comunidades, el barrio o lugar donde operan, el medioambiente, el personal que trabaja ahí, etc. Entonces el énfasis ya no es solo en responder a los accionistas (que finalmente es un tema de maximizar el retorno económico a costa de lo demás) sino que hay una responsabilidad a la comunidad y territorio mismo. ¿Cómo podríamos aplicar algo así al mundo del arte? Pienso en la palabra ego: sacar una exposición, que vaya harta gente, que escriban en la prensa, que te feliciten …. Sería interesante empujarlo un poco más allá, y pensar en quienes son las comunidades a las que se deben esas instituciones y agentes del arte.

PS: Sí, eso me hace sentido. Lo relaciono con los distintos colectivos en que participo. Por ejemplo el arte colaborativo surgió como una urgencia, una revelación, algo que me agarró cuando estaba en una crisis vocacional severa, al borde de retirarme del mundo del arte. Apareció el arte colaborativo como una opción que salvó mi pellejo de artista. Sin embargo después de un tiempo empecé a sentir que había otras preguntas que el arte colaborativo no me permitía investigar, porque como metodología sirve principalmente para investigar la identidad comunitaria, las interacciones locales. Los temas de territorio, identidad, representación, era algo que había dejado de lado porque me puse fundamentalista con el arte comunitario y político, y eso me empezó a pesar. Así fue que empecé a trabajar con mis socios de Agencia de Borde, Rosario Montero y Sebastián Melo, en investigaciones más académicas, con una relación mas directa con las ciencias. Me siento muy afortunada por la paciencia que me tienen mis socios de la agencia, y también agradezco mucho la opción de hacer proyectos que satisfacen una curiosidad mía por entender como funciona el mundo material, los territorios. Aunque con este colectivo usamos metodologías colaborativas, son proyectos con una vinculación más cercana con el circuito del arte y con la universidad: escribimos papers, presentamos en congresos, hacemos exposiciones y publicamos libros. Por ejemplo, hace una semana se lanzó el libro “Y si no se puede confiar en el suelo bajo tus pies” sobre incertidumbre en el paisaje.

VG: Respecto del colectivo Agencia de Borde, me gusta mucho ese puente que hacen entre la academia y un público más general. La obra que hacen está en el límite entre arte y una investigación de antropología. ¿Dónde termina la investigación y empieza la obra? ¿Tiene que ver con un manejo de los signos? ¿Con el manejo de la belleza? Me hace pensar en el proceso-como-obra o la obra-como-objeto. ¿Si el arte se ha configurado en tu práctica como medio, donde calza la antropología, que es una disciplina con sus propias metodologías y preguntas?

PS: La antropología fue un descubrimiento que hice tarde. Si la hubiera conocido antes de entrar a estudiar arte, no sé que hubiera elegido. Pero sirve mucho la estrategia del arte contemporáneo de usar las miles de herramientas de otras disciplinas y aplicarlas a sus propios intereses creativos. Como soy artista y no antropóloga, uso estas metodologías como se me da la gana. Es como cuando los niños descubren una caja de herramientas: no les importa para qué sirve el alicate o desatornillador, lo van a usar como se les ocurra. Cuando descubrí la antropología se me apareció un abanico de posibilidades, porque yo no tenía que producir conocimientos antropológicos, ni papers, ni tesis académicas. Pude entrar muy libremente a ese mundo, algo que también me permitía ser crítica de la antropología misma, pues estaba trabajando desde la vereda del frente. Lo mismo me pasa con otras áreas de la academia, como la pedagogía o la sociología. Me siento en una posición privilegiada, porque el arte no tiene esos estándares de metodologías o de productos, no tienes expectativas tan estrictas sobre los resultados.

Los artistas siempre hemos sido patudos, nos metemos a trabajar en lo que sea: entramos, aprendemos, ponemos todo patas para arriba. A mi me pasó eso. La primera vez que trabajé en un proyecto antropológico, no de arte, fue en el Proyecto Ocio, con la antropóloga Carla Pinochet. Ahí trabajé como artista, usando también mis conocimientos académicos. Aprendí cómo se hace etnografía, investigación antropológica. Antes siempre lo había hecho de manera libre, tomando lo que me servía y desechando lo demás. Participar en una investigación de antropología propiamente tal, de principio a fin, ver realmente cómo se hacen las entrevistas, como se sistematizan, como se piden los consentimientos, cómo se extraen los patrones, cómo se hace teoría sobre ese, fue maravilloso. Pero también me di cuenta que yo puedo meter un pie de vez cuando en la antropología, pero no me interesa meterme de lleno. Para empezar, tendría que saber mucho más! Con Agencia de Borde participamos en el mundo académico, con artículos, publicaciones, pero también abordamos públicos súper locales, urbanos, y rurales, de zonas muy diversas. Entonces el arte llega a una variedad de públicos mayor, la investigación se convierte en un producto que circula y que comunica esas experiencias a otras personas. No tenemos que privilegiar un medio: coqueteamos con otros territorios del saber, trabajamos con científicos, y con ellos hacemos investigación. De esa investigación surgen exposiciones, libros, videos… tratamos de hacer cosas específicas al medio: si nos invitan a un congreso de antropología, escribimos un artículo que suene bien desde la antropología; si nos invitan a una exposición en el MAC, hacemos una muestra que se adecue a eso. Siento que el objetivo con Agencia de Borde no es tanto hacer arte como investigar. Es algo que hemos ido sincerando con los años. Nos gusta el trabajo de campo, hablar con la gente, recorrer los territorios, porque buscamos aprender. 

PV: Es interesante eso de los artistas patudos. Es como la gracia que tiene el arte, el poder sumergirse en diversos mundos desde una mirada particular. El artista como un genio que por la música o por la imagen o por la escritura o por la danza, el movimiento, el espacio o la estructura aísla una problemática o un tema específico de una manera muy única. Ir mezclando las disciplinas creo que es el futuro. La separación cayó, somos testigos de ello. Y es una nueva posibilidad fascinante. Hay que apostar a la expansión del arte. Y eso vuelve sobre lo colaborativo, lo comunitario. Y cómo nos nutrimos de cosas que a veces no nos damos cuenta, un dar y recibir permanente.

PS: De todas maneras. Nos preguntaron para la Revista Endémico cómo creemos nosotros que el arte puede lidiar con todas estas crisis (la crisis climática, el Covid, la crisis social, etc.). Yo creo que los artistas tenemos bastante desarrollada la capacidad de lidiar con la incertidumbre. Porque, a diferencia de la mayoría de las ciencias -que buscan establecer certezas-, tiene otras ambiciones.

PV: Al revés, diría yo. El arte abre preguntas.

PS: Exactamente. A ratos creo que la misión del arte es confundirnos un poco sobre lo que creemos que el mundo es. Esencialmente, el arte trabaja con la incertidumbre, abriendo posibilidades y caminos nuevos, como decía la Victoria. Hoy más que nunca es una labor súper importante: la ciencia y todo ese sistema de conocimiento que viene de la ilustración están en jaque. Hemos llegado súper lejos, el modelo de la ilustración ha sido valioso, y va a seguir siéndolo, sin duda. Pero este momento de crisis climática en parte se debe a esa mirada racionalista, pragmática. ¿Vamos a seguir por ese camino? El arte tiene mucho que decir y no sólo en el sentido de criticar a la ciencia y la razón, sino que de cuestionar la certidumbre. Tenemos que acomodarnos a estas crisis, porque van a venir más y más. No estamos aún construyendo otro mundo sustentable y justo. Ojalá lleguemos ahí. Pero por un buen rato vamos a habitar la incertidumbre y la duda constantes. Creo que el arte tiene que aportar para entender cómo procesar este momento vital y acostumbrarnos a no saber, a no tener las respuestas de todo, y estar ok con eso.

VG: A mis alumnos les dije algo parecido al principio del semestre. Estamos en un momento en que todas las certezas de la modernidad se han ido desmoronando: el Estado, la prensa objetiva, la familia como núcleo, el género, la religión, la universidad, la academia, la ciencia. Es una época muy mareadora. Y entiendo la ansiedad, pero hay que poder cruzarla. No podemos hacerle el quite. En el plano personal el tema del terremoto también me llega mucho. Los terremotos de este año me han pillado bien parada. Y gran parte de eso ha sido el dialogo: es realmente clave a la hora de afirmarnos en esta época de tagadá. Este mismo proyecto, basado en el diálogo, ha sido un regalo: el valor de conversar, de estar en desacuerdo, de irse por tangentes, de valorar la diferencia, de no pretender cubrirlo todo. El diálogo es también una herramienta fundamental en tus obras: el dialogo abierto, receptivo, desjerarquizado, centrado en la escucha.

PS: El diálogo es probablemente la principal razón de por qué trabajo en casi puros colectivos. Incluso las obras que he hecho sola han sido conversadas constantemente con otras personas. Siento que en el diálogo hay una nutrición muy profunda. Tal vez es porque soy un poco insegura y trabajando sola me voy quedando atrás, mientras que trabajar con otros me envalentona. Eso nos paso con Soledad en Leaking Women: yo sola jamás hubiera logrado eso.

También creo que el diálogo es central en cómo nos relacionamos las mujeres. Lo patriarcal es esencialmente más jerárquico, y el artista que impone su mirada, su verdad, tiende a ser más valorado. El actuar de una manera propia, individualista, que no se negocia, de ir hasta el final con una idea. Está perfecto que algunes artistas trabajen así; pero también es un modelo que ha dejado afuera a un montón de personas, principalmente mujeres, que no operan con esa lógica individualista. Que no se centran en su visión personal, en su ego, sino que trabajan con la conversación y la colaboración, donde se pierde, por ejemplo, la autoría. La idea de esa voz única, individual, que siempre es reconocible, me parece algo muy patriarcal. Recientemente he conocido muchas mujeres que tienen colectivos y que trabajan con otras mujeres y niñes en sus barrios, con el textil, con el arte callejero… son miles. Si participaran del mundo del arte, este tendría muchas más mujeres. Pero hoy no se valora ese trabajo en el arte contemporáneo. En el mismo Proyecto Ocio nos dimos cuenta de como las mujeres trabajaban mucho entre ellas, y tenían proyectos que muchas veces no entraban al mundo del arte. Porque como no calzan con ciertas expectativas, con ciertos límites simbólicos y materiales propios de nuestro campo, quedan fuera.

A mi personalmente me empezó a pasar que en los proyectos de arte colaborativo surgían ideas súper originales, mucho mas creativas que las que se me habrían ocurrido a mi. Y mucho más específicas, más particulares también. Por ejemplo, uno de los primeros proyectos que hicimos en Chile fue en El Bosque, donde trabajamos un mural con una junta de vecinos que era un gran mapa del barrio. Los participantes pintaban lo que sentían que identificaba a su barrio, y empezaron a aparecer muchos platos de comida, como porotos con riendas, cazuelas, pan amasado, etc. Jamás hubiera pensado que la comida era un símbolo del barrio. Estos hallazgos colectivos solo se dan en un marco de libertad, confianza, flexibilidad. La conversación es muy nutritiva en este sentido para potenciar la creatividad de les colaboradores.

En resumen, no siento que no tenga cosas que decir; sino que creo que lo que yo puedo sacar a través de una conversación con otres es mucho más interesante que lo que yo sola puedo inventar. Incluso cuando hay desacuerdos, como decías tú, Victoria, es esencial mantener el diálogo. No siempre todo fluye. A veces es extenuante el conversar con gente que no estoy de acuerdo, y estar constantemente tratando de lograr algo, un resultado. Ese rol de mediación también ha sido un aprendizaje para mi, como artista. No te preparan en la escuela para eso; te preparan para estar en tu taller pintando, no para estar trabajando con otres.

PV: Claro, una genera cosas como artista y en ese sentido me parece muy valioso, muy válido, y muy valiente lo que genera ese lanzarse al dialogo. Por ejemplo este proyecto en que nos metimos con Victoria. Una va inventándose roles, por ejemplo, como entrevistadora. Y te ayuda con tu ego, con tu apreciación de la obra de otros, con nadar en otras áreas. Ese involucrarse desde distintos roles me parece fundamental.

Tengo otra pregunta. Ustedes en su statement de Agencia de Borde se hacen una pregunta: ¿qué rol juega la tecnología en la mediación de nuestra experiencia del paisaje? Me gustaría saber como la responder tú.

PS: Esa es nuestra pregunta central de investigación, nuestro punto de partida. Con esa pregunta vamos interrogando distintos paisajes. El primero fueron los campos minados del norte, cerca de San Pedro, donde te encuentras con áreas de minas antipersonales. Ahí la tecnología genera una fractura total en el territorio. Crea zonas “oscuras” donde no te puedes acercar, que ni siquiera están marcadas en los mapas. Si tienes mala suerte, vas por San Pedro de Atacama y de repente te encuentras de frente con un campo minado. Es una tecnología que finalmente secuestró un territorio: son pedazos de tierra que durante 30 años nadie ha podido pisar. Entonces tomamos un drone y lo hicimos “caminar” por los campos minados, para ver cómo sería si se pudiera entrar a esos territorios secuestrados. Recuperarlos simbólicamente desde el arte.

Luego llevamos esa exposición al MAC de Valdivia, donde todo era totalmente distinto, verde, al lado del río. Hicimos un conversatorio, y planteamos la misma pregunta: ¿cuales son para ustedes las tecnologías, en este paisaje, que generan este efecto de fracturar el paisaje? Y nos hablaron de las plantaciones forestales. Nos dijeron “mira, aquí no hay minas antipersonales ni nada por el estilo, pero en los últimos 10 años se ha llenado de plantaciones. Antes uno caminaba por el cerro y cruzaba al otro lado, al otro río, y eso ya no se puede porque está lleno de plantaciones cercadas, con guardias, con rejas de alambre de púa”. Y nos dimos cuenta que los árboles, especialmente los eucaliptos del monocultivo, eran un artefacto ambiguo: tecnología y naturaleza. El árbol es evidentemente natural, pero en la plantación pasa a ser un objeto cultural: un árbol optimizado para crecer rápido, crecer derecho, para producir la mayor cantidad de biomasa posible, para crecer muy pegado uno a otro, para no enfermarse… Un verdadero artefacto tecnológico.

Con esa pregunta buscamos no quedarnos en los extremos mediáticos de un problema, e interrogar siempre más allá de lo obvio. Los campos minados aparecen muy poco, y cuando salen en las noticias es solo porque alguien murió, o perdió una pierna. Pero no se analiza el tema de fondo, el efecto que tienen las minas en las comunidades, el derecho que tiene la gente a acceder al territorio. Respecto de los monocultivos pasa algo similar. Hay dos visiones: una, que son lo peor del mundo, que causaron unos incendios terribles hace unos años, y que son unos árboles malvados. Y dos, la versión de la industria: que producen trabajo, que absorben el carbono que está en el aire, y que son una industria (para ellos) sustentable. Pero entre esas dos posturas no se habla de nada más, como si no hubiera otras aproximaciones posibles. ¿Cómo lo siente la gente que vive ahí, al lado de los eucaliptos? Si realmente vamos a superar este problema, no creo que las respuestas vengan de ninguno de los dos extremos. Lo que intentamos hacer con Agencia de Borde es explorar la cantidad de visiones y matices que existen entre polos opuestos, salir de esa mirada binaria que imponen los medios. Es divertido, porque por ejemplo, después de todos estos años de investigación, le tenemos un cierto cariño a los eucaliptos. Creo que es necesario involucrarse de forma más ambivalente con las problemáticas para lograr llegar más allá.

PV: Lo mismo con el pino, que cuando se tala mata lo que hay alrededor para siempre. Después no crece nada, es tremendo.

VG: ¡Si! Es algo que analiza Anna Tsing en “El hongo al final del mundo”. Ella habla de lo que surge en lugares destrozados por el capitalismo, específicamente, en las plantaciones de pino. Y examina lo que surge ahí: los cruces, las sorpresas, los nuevos sistemas de vida que emergen entre distintas especies a partir de esa ruina. Ella se centra en un hongo que aparece donde hubo plantaciones de pino, en esa tierra que quedó arrasada. Y para ella esos nuevos sistemas que sorprenden ofrecen la esperanza para el futuro. Porque como dices, Paula, no es una elección entre dos extremos. Ya habitamos la ruina capitalista. Pero ¿qué va a surgir ahí? Tsing sigue la producción del hongo, desde los inmigrantes que los recogen, el rol de los intermediarios que los envían a Japón, y todos esos cruces e intersecciones que son fascinantes y que tienen mucho que enseñarnos. Quizás en este punto me gustaría preguntarte por TRACC, pensando en cruces inesperados y lo que surge en ellos; pensando en lo colaborativo, y lo que aparece sorpresiva y fructíferamente.

PS: TRACC (Trabajadoras del Arte y la Cultura) fue una iniciativa que surgió muy emocionalmente. No soy de las fundadoras originales, entonces no me siento con derecho de contar la historia oficial, pero sí mi visión. Lo que nos pasó a muchas con el mayo feminista fue que varias artistas mujeres (y no sólo artistas, sino que también personas que trabajaban en museos, en pedagogía, vinculadas al arte), nos sentimos un poco a la deriva. Estábamos muy de acuerdo con todo lo que estaba pasando, pero participábamos solo como personas individuales. Y de repente surgió la idea de unir fuerzas, de entender que lo que puede hacer una, se puede multiplicar por mucho si trabajamos juntas. Fue una experiencia muy intensa, también de mucha conversación, de mucho diálogo, con gente que a veces ni nos conocíamos, de generaciones muy distintas. Eran buenas esas diferencias: aunque a veces hacían difícil avanzar los proyectos, significaban que éramos distintas.

Así se nos ocurrió una performance que protagonizamos con Constanza Alarcón. Fue ese año en que la feria Ch.ACO fue polémica, que se hizo lejos y era imposible llegar… y dijimos bueno, intentemos algo nuevo. Hagamos cosas que apelen al mundo del arte, ya que nos movemos en ese mundo. Y lo que hicimos fueron visitas guiadas feministas: nos vestimos con nuestro overol TRACC, como de trabajadoras de taller mecánico, e ibamos mostrando sólo los espacios donde habían -por lo menos- la misma cantidad de artistas mujeres y hombres. Le dábamos una certificación a los espacios que lograban esa paridad, y también denunciábamos los espacios dónde eso no ocurría. Hablamos de lo que pasa en Chile, de números, de representación, que eran estadísticas brutales para las mujeres.

Lo que me gustó de hacerlo ahí, en esa feria, es que el mundo del arte se muestra como súper progresista, amigable y abierto, como si estuviéramos mas evolucionados que otros mundos laborales, y lo que hicimos fue desmantelar simbólicamente esa pretensión. A veces las galerías mas “progre” eran las que menos mujeres tenían, o las que tenían la mayor diferenciación de precios, y así. Denunciábamos: acá en esta galería trabajan puras mujeres, y representan solo hombres. Mostrando todo eso que pasa tras bambalinas, temas un poco tabúes porque no es cool hablarlos. Y fue divertido, cómico: íbamos gritando, como si estuviéramos en La Vega… Lo sentimos como un acto de empoderamiento y fue una gran experiencia. Como les decía, no estoy acostumbrada a poner mi cuerpo de protagonista, y usarlo de esa manera fue muy liberador.

VG: Me recuerda a las Guerrilla Girls.

PS: Exactamente. Bueno y TRACC tuvo su momento de auge con las movilizaciones y luego fue diluyéndose de a poquito. Lo hemos dejado como dormido, pero yo creo que puede resucitar en cualquier momento. Es como un affaire. Tuvimos un affaire denso, emocionante, y después se enfrió la cosa. Es natural que pase eso, y puede ser que se vuelva a calentar el ambiente y vuelva a revivir. Pero me parece importante ese ímpetu: que si está esa energía por hacer algo, tomarla y sacarla fuera.

Me pasa con el mundo del arte que tengo una sensación ambivalente; desde ese hastío que les conté que me tuvo al borde de la renuncia, hasta ahora que me he ido reencontrando con la gente del mundo del arte. Y me doy cuenta de que son como mi familia: con la gente que me siento mas cómoda son artistas, curadores, trabajadores de museos… y obviamente hay mucho que criticar, pero compartimos tantas inquietudes comunes que de verdad me siento entendida. Con los años, ir a una inauguración se me ha hecho como ir a un almuerzo familiar. Y mas allá de todo lo critica que pueda ser intelectualmente, emotivamente me siento súper vinculada a ese mundo. Muchos de mis amigos son parte de ese mundo (mi esposo también!). Entonces siento una distancia saludable, como con la familia. Estas en desacuerdo con tu tío, sientes que hace puras tonteras, pero que finalmente igual lo quieres un montón.

Una respuesta a “Proyecto Sin Nombre: Paula Salas”

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