Este cuarto encuentro del Proyecto Sin Nombre es especial: Paula Valenzuela, entrevistadora, se convierte en entrevistada, para contarnos sobre su obra, intereses, y devenires. Para mantener la estructura de conversación y encuentro que tan buenos resultados nos ha dado, se nos suma la artista visual Francisca Garriga. Así, seguimos con nuestra vocación de crear redes, de irnos por tangentes, y abrirnos a caminos insospechados en estos encuentros.
Yo ya conozco a Francisca; hemos trabajado juntas en exposiciones, y una de sus hermosas obras cuelga en mi departamento. Presento a Paula y Francisca para que se conozcan: las dos están viviendo en Viña. Hablan de barrios, de la cuarentena recién decretada, del tiempo allá. Paula cuenta un poco de las maquetas que está haciendo para una residencia a la que partirá pronto, en Berlín, para la cual debe presentar un proyecto a la Municipalidad de esa ciudad. Francisca le recomienda programas que le faciliten la presentación. Le agradecemos a la Fran que se haya sumado; ella nos dice que feliz, y que ha estado leyendo el material que mandó Paula para prepararse. Qué mejor que hablar de arte para pasar la cuarentena.
Victoria: Quiero empezar con el tema del paisaje. Estuve pensando mucho en el impresionismo, en el postimpresionismo, en el fauvismo, y como entienden el paisaje como un retrato de la interioridad, de la sensibilidad del artista. Se me aparecen tus paisajes como retratos tuyos, imágenes de una persona apasionada, que rompe ciertos esquemas, siento que reflejan algo muy expresivo tuyo. En una entrevista ocupas la palabra “messy” que me hace mucho sentido. También el uso del color, los brochazos. ¿Cómo ves tú ese paisaje interior?
Paula: Bueno, yo fui viviendo una especie de experiencia continua con el paisaje. Cuando era muy pequeña iba al sur en tren, y fue una experiencia que me marcó mucho: la experiencia del paisaje, mirar por la ventana, que se mueva todo muy rápido, que vaya pasando a esa velocidad…creo que tengo ahí las primeras imágenes y experiencias con el paisaje.
Es algo que retomo más tarde. En la facultad cuando tenía que hacer pinturas o trabajos que se relacionaran con el paisaje había un elemento de velocidad en cómo lo traducía, una especie de síntesis de esa experiencia visual. Me tomo desde ahí el paisaje para ocuparlo, transformarlo y hacerlo mío, según lo que a mí me va pasando también con el medio. Siempre me ha interesado la interpretación de este paisaje y desde ahí que se empieza a desarrollar una dinámica con la pintura, que es el medio con el que más me he vinculado. Más que lo que representaba, era el cómo lo represento: cómo transformar ese paisaje desde mi mirada y oficio. Nunca me interesó copiarlo, pero siempre hay una inspiración que se introduce, se interioriza, para modificarlo, para salir de otra forma.

Paula Valenzuela. «Voraz» (2020) Acrílico sobre tela, 148x148cm.
V: En tu obra se asoma una tensión entre el acto de crear y destruir, de ciclos que empiezan y terminan. La palabra muerte aparece seguido, también. Siento que está ligado a la idea de escapar de lo real, pero no para entrar propiamente en lo irreal, sino que como forma de crear espacios en los que tú puedas existir, casi paralelos, en las pinturas que creas.
P: Si, hay un interés claro, que viene ocurriendo hace tiempo y que he notado cuando miro mi trabajo previo. Se me aparece el tema de la realidad, una pregunta o inconformidad con lo que se nos ha dado como “real”, con lo que es el paisaje. Ha habido un interés por cuestionarlo desde la pintura, la materialidad, la imagen, y desde una forma de hacer finalmente.
Vinculo el tema de la muerte con lo existencial: hay una espiritualidad que uno empieza a desarrollar con la pintura, y con el arte en general, de reconocer ese poder de inventar y transformar, una fuerza interna creadora que incluso no se sabe bien de dónde viene. Imágenes que alguna vez vi, que luego quedan en mi cabeza, en mi memoria, y que después se plasman de una manera que también es nueva, ¿no? Y que no hace referencias evidentes, pero sí tiene un trasfondo y un trayecto hacia atrás. Hay un enganche permanente, una memoria siempre en mis paisajes. Para mí está muy ligado con el territorio que habitamos. El paisaje para cualquier artista chileno es un tema, independiente de cómo lo desarrolle o lo trabaje, es tema. Porque vivimos en un país súper aislado, porque tenemos la cordillera, el desierto, el mar… está siempre la geografía metiéndose con nosotros y nosotros a su vez con ella. Y vuelvo a enlazarlo con esos primeros viajes en tren.

Francisca: Oye Paula ¿y el color? yo siento que está súper plasmado en tu obra, el tema sensorial. Fui viendo las diferentes temperaturas de cada obra y me preguntaba si eso tenía que ver con alguna sensación tuya de este minuto y como lo traducías con el color, ya sea con naranjo o colores que eran cálidos con fríos, o cuadros que eran totalmente azules con gotas de cálidos… esa sensorialidad que le entregas al color, ¿cómo juega en tu obra?
P: Yo te diría que es una exploración. El color es algo que descubrí y que me di cuenta de que podía generar. Yo ocupo cuatro colores: los primarios (amarillo, rojo, azul) y blanco, y con esos hago el resto. Es algo que me ha fascinado, me encanta generar el color, ir viendo cómo funcionan y se relacionan uno con otro.
F: Algunos planos de colores tuyos me recordaron a atmósferas de Bacon, por ejemplo.
P: Sí, es uno de mis referentes.
F:Planos naranjos, paisajes totalmente sensoriales, dónde uno se va a sumergir. Da lo mismo si es muy figurativo, o abstracto, o geométrico, de alguna forma lo que uno entrega con un paisaje es la posibilidad de sumergirse con eso que el artista estaba pensando.
Paula Valenzuela, S/T, pinturas sobre papel en proceso, 2020, 105x75cm cada una.
P: Sí, son distintas rutas para entrar en mi trabajo. Estuve mucho tiempo en contradicción, porque en general yo soy muy espontánea para pintar, le metía poca cabeza. Entonces me nacía hacer cuadros de gran formato, me nacía hacer, hacer y hacer. Y claro, uno después va comprendiendo qué significa ese “hacer” y eso genera una crisis creo, en cualquier artista. Es parte de entender el trabajo propio. Me di la libertad con el tiempo, de hacer, simplemente. Y después, ver que sale de ahí. Es parte de esa actitud un poco rebelde, me interesa sobre todo conocer la pintura, todas sus posibilidades, en profundidad, aprender a pintar. Es un canal de ida, de adentrarse en un aprendizaje que es muy propio de ella, de diálogo incluso. Es extraño y apasionante. Haces cosas, descubres y te permites otras, y vas siguiendo caminos que son los que me interesa generar con el paisaje.
Cuando fui ayudante del ramo de Pintura con Omar Gatica tenía alumnas que les daba nervio ocupar la brocha porque iba a chorrear. Y bueno, que chorree y cada uno ve hasta dónde quiere que chorree. En mi obra no hay pincelada, por muy abstracta o poco figurativa que parezca mi pintura, que no esté pensada; no hay ningún color que no esté pensado. Voy construyendo con la pintura, muy conscientemente. Alguna vez me preguntaron si sentía que mi pintura era abstracta y yo dije que no. Yo veo un montón de cosas, si no, no podría seguir los caminos que sigo cuando pinto. Veo cosas y las sigo, son caminos que se me van apareciendo, fruto de una acumulación de muchos años observando la pintura: los pasajes que se arman, las veladuras, cosas que te llevan a otras, un color que te lleva a otro… Y eso sigo investigando, porque la pintura es infinita. Lo he tomado muy desde el oficio. Y ahora, recientemente, me he ido preguntando qué significa todo esto, de dónde viene y hacia dónde va. Pero en la base, siempre, está la pintura como “guía”.
F: Hay una frase tuya de la creación desde el fracaso, que me pareció también interesante. ¿Eso viene como a un punto de reflexión que plasmas en tu obra? Esa frase, me imagino esto de crear desde el fracaso, me parece muy impresionante.
P: Lo del fracaso lo tengo muy integrado en mi vida en general. Es algo que suele ser ignorado, u ocultado por la sociedad, y para mí el artista sin fracaso no avanza. El intentar una construcción que se va armando, tener que desarmarla para ver como la arma de nuevo, esos cuestionamientos, esas lógicas del desarme, implican ponerse en crisis a uno mismo. Hay ciertos terremotos que uno se genera, y para mí está ligado a mis intervenciones, y en el hecho mismo de que hay fracaso todo el tiempo, uno piensa una cosa y hace otra, o viceversa.

Paula Valenzuela «Y caes hacia adentro – and you fall in» (2019) técnica mixta sobre tela, 145x180cm.
F: Es una evolución.
P: Claro, y fui entendiendo que mucho de lo que uno hace como artista tiene que ver con uno mismo. Hay una especie de porfía, de búsqueda, y de querer encontrar ciertas cosas en el trabajo artístico, que sí o sí están asociadas al caer, y al volver a pararse. De atreverse a hacer un cuadro entero de nuevo porque quedó espantoso, no me dijo nada. Tengo muchos cuadros que tienen muchas capas, con más de un cuadro bajo el cuadro que muestro. Siempre me ha interesado mucho la idea de la ruina, esa cosa temporal de lo que hubo y que ya no está, de lo que aparece y desaparece. Si uno se fija en el gesto pictórico de muchos pintores, uno está en realidad haciendo aparecer algo. Y para mi la pintura tiene una cosa medio adictiva, que tiene que ver con que sigan apareciendo esas imágenes. Uno se siente mágica, poderosa. Entonces quiero seguir, seguir explorando, buscando.
Una vez leí un libro de Roberto Matta y él comentaba algo que me hizo mucho sentido: “yo veo cosas y las sigo”. Él era dibujante, no se consideraba pintor. Es decir, uno puede ver cosas y seguirlas, entonces ¿cómo podría eso llamarse abstracción? Si yo veo un montón de cosas. Lo que el otro ve, es otro capítulo. A mi no me interesa tanto qué ve el otro, me interesa más mi proceso con la pintura. Me pasa bastante seguido que las personas ven diferentes cosas en mis cuadros – personas, montañas, hasta brujas- y lo encuentro buenísimo, me encanta dar esa posibilidad, me entretiene que la gente vea cosas, que gire el cuadro para interrogarlo, por ejemplo, porque está abierto a interpretación. Ahí ya hay otra experiencia, hacia otros.
V: Si, siento que tienes un gesto muy desestabilizante, y aunque dices que no te interesa lo que ven los otros, de todas formas en tu obra existe un gesto que busca cuestionar lo que ese público es capaz de ver, esas posibilidades de mirar y de conocer el mundo, generando rupturas o incomodidad. Se hace más presente que nunca en tu trabajo más reciente, y se me hace aún más evidente en tus intervenciones.
P: Si, eso es verdad.
F: Esa intervención que tienes con los espejos, con geometrías, y unos plásticos azules, ¿de qué se trata eso?
P: !Es este plástico acá atrás! Esa instalación fue muy significativa para mí. Hace tiempo que tenía una obsesión por ocupar el bosque. Y hubo un verano en que ocurre una especie de catástrofe natural, algo que nunca antes había pasado, cuando cayeron 22 árboles muy grandes que caen en un lapsus de 5 minutos. Yo nunca había vivido una experiencia así, como de película, de no saber a donde correr y como resguardarse. Fue un derrumbe total, tanto del paisaje como de las expectativas con ese verano. Cayeron árboles sobre la casa. Me dejó súper conmovida, me desestructuró la cabeza, y yo ya venia con ganas de trabajar en el paisaje del bosque, del campo. Y esa experiencia me gatilló esa ruptura esquemática, de pensar “qué hago con esto”. El paisaje estaba destruido por decirlo de alguna forma, absolutamente desolado y para nada inspirador. Pero a la vez tenía una cierta poesía, un drama, de que no hubiera fuerza humana que pudiese levantar eso. Una escena súper violenta, extraña y conmovedora. Y ahí me agarré nuevamente del concepto del fracaso que comentaba la Fran, de nuestras expectativas, de lo que creíamos que era real, de lo que se nos presenta como real, y cómo nuestra mirada es capaz de transformar esas escenas. Me agarré del concepto de la ilusión es ahí donde entra el espejo, de lo que entra y sale como estos árboles que caen estrepitosamente de un momento a otro. Y el plástico como un objeto símbolo, del fracaso y del derrumbe. Es bien vueltero ese proyecto, porque tiene relación también con nuestras creencias y expectativas.

Paula Valenzuela. «El efecto del paisaje y el derrumbe de las ideas» (2019) Plástico, esmalte sintético azul y espejos.
F: ¿Por qué el azul y por qué el espejo?
P: El espejo, como decía, por el tema de la duplicación y la ilusión. Y el azul porque tiene una cierta masa, lo asimilo al mar, al agua…
V: Como algo que irrumpe, me pareció.
P: Si, es un color que tenemos asociado a la naturaleza, que contrasta muy bien con el verde del entorno.
V: De todas formas es un tono de azul bastante inorgánico, inmediatamente uno reconoce que es algo externo, que alguien puso ahí, una influencia humana que penetra en el bosque. Tiene este doble juego, efectivamente no es un fucsia, pero tampoco es un azul ultramar.
F: Es un azul como cerúleo eléctrico, muy de plástico, de hecho.
P: Efectivamente quería que se viese esa cosa como lava, algo externo, medio grotesco, que irrumpe, interrumpe. Este plástico es el derrumbe de nuestras creencias, eso que crees que está, mira cómo se derrumba: desde un proyecto, una pareja, una casa, unos arboles… pero no por el hecho de derrumbarse no va a seguir existiendo de otra forma. Ese material, en ese entorno, en ese paisaje, se transforma.
V: Sí, actúa como una puerta que activa esas transformaciones.
P: Claro, son cosas que ahora puedo comentar, pero cuando se me ocurren no tengo el trasfondo totalmente claro. Luego se le da la vuelta, de tomarle el peso a su significado. En el fondo es un juego, son experimentaciones que me permito hacer.
F: Y con este tema de la playa de Viña del Mar, el tubo de cañería que encontraste y pintaste. ¿Por que quisiste pintarlo y desecharlo? Podrías haberlo pintado de manera que se amigara con la naturaleza, como parte del paisaje y tú lo que hiciste fue dejarlo con su misma esencia de “tubo botado” pero sumándole tu propio paisaje con esos colores.
P: Lo que hice ahí fue evidenciar algo que me había molestado; pasear por la playa, encontrarme con este tubo contaminando, y pensar, “qué hace este tubo acá”.
F: Algo que suele pasar en Viña…
P: ¡Sí! Y recuerdo que el tubo seguía ahí, y no es algo piola, es contaminante, peligroso. Me acerqué a tocarlo, a intentar moverlo, pero era gigante, sólo podía moverse con grúa. Siempre estoy buscando espacios para pintar, me gusta intervenir, y eso medio ilegal también. No puedes llegar y pintar cualquier lugar. Pero dije bueno, algo más ilegal que este tubo no puede haber. Entonces por un lado evidencié esa molestia, y por otro lado lo embellecí. Y la gente que no lo había visto -porque muchos ya siguen de largo, casi sin ver, hasta que pasa algo así- se quedaba mirando y me preguntaban “por qué estás pintando esto”. Pienso que si ya iba a llamar la atención, por último que fuese por un motivo agradable. Que fuese lindo, colorido y que incluso los niños pudiesen jugar, que sirviera para algo más que sólo el ser basura.
F: Que interactúe con el entorno finalmente.
V: Y llamar la atención también, una denuncia. Bueno y siguiendo con esto de cosas que se derrumban pero que siguen estando ahí, te quería preguntar por “Retratos de una transición” esa serie de fotografías de tu familia, donde también hay un plástico que se cuela. Una que está en una caja de luz me recordó mucho “Los amantes” de Magritte. Quería indagar qué pasó ahí, esa idea de transformar, qué pasó con tu familia, como fue para ellos que les pidieras esto. Es bastante impresionante, no lo puedo poner en palabras pero fue fuerte verlo.
P: Si, esa instalación tuvo que ver con mi llegada a Chile, en noviembre del 2016. Estaba en crisis, volver a casa de mis padres, a una ciudad que no era la mía (Viña del Mar), entonces estaba extrañada y desconectada de mi quehacer.

Paula Valenzuela «Retratos de una transición» (2017) Fotografía.
Fueron varias mudanzas simultáneas, toda mi familia se fue a Viña, y por primera vez en 12 años coincidíamos todos en un mismo territorio, mi hermano vivió 11 años en Italia, mi hermana 4 años en Valdivia, yo 3 en Buenos Aires. El fenómeno de vernos nuevamente, juntos en un mismo territorio, que además no era originalmente nuestro, fue algo que me interesó. Fui observando los plásticos de la mudanza, siempre que veo material pienso de qué manera puede ser reutilizado. Y en las mudanzas hay un proceso de superación de la memoria muy rápido, de envolver con mucho cuidado todo, y en unas horas, se desenvuelve, los muebles vuelven a sus lugares, como si aquí nada hubiera pasado. Ojalá sin dejar rastros. Ese tránsito, sin huella, me ha parecido siempre extraño. Y se me hizo visible en los plásticos. Entonces los junté con esa reunificación familiar que ocurre de manera sincrónica, sin un acuerdo de por medio. Los mismos plásticos que mudaron a mi familia, fueron los que ocupé para la obra. Claramente hay algo en el plástico que me atrae, su transparencia, ductilidad. Lo que hice en esa obra fue escenificar un reencuentro y la incomodidad, las cercanías y distancias entre nosotros. Armé una escena muy pictórica, creando una especie de bodegón a escala humana con mi familia envuelta, rígida, respirando cortita en el plástico. Me pareció muy interesante hacer una dirección de obra, cada detalle, manejar las distancias, los colores, las cercanías.

Paula Valenzuela «Retratos de una transición» (2017) Fotografía.
V: ¿Por qué miraban a la pared? Cuéntame sobre esa decisión.
P: Fue una decisión visual, les pedí que se vistieran de blanco y que miraran hacia la pared para que fuese tonalmente parejo, que se fundiesen un poco, sin mucho ruido a nivel visual. Y por otro lado hay un algo con la presencia, creo que se acentúa mucho más de espalda, el tema de la temporalidad, cuando ves a alguien de espalda no es lo mismo que de frente.

V: Evoca imágenes de refugiados… me conmovió mucho. Mucho.
F: A mi también.
P: Me costó hacerla, porque hubo mucha dirección en el proceso, dirigir adultos, niños, el material… a ratos me perturbó, pero luego tuvo un lado muy lindo de sincronía, de ayuda, de colaboración. La obra iba enfocada a eso, a trabajar el tema de los vínculos que tenemos con los otros, en este caso con la familia.
De hecho este proyecto lo envié hace unos meses a una plataforma argentina que está trabajando con imágenes que tuviesen que ver con el encierro, la pandemia. Me hizo sentido esta obra porque el plástico tiene que ver con lo “higiénico” y en las relaciones familiares hay mucho de eso por debajo, de cuidar las formas y las relaciones a veces muy higiénicamente, entonces se me juntan varios conceptos y elementos, el tema de lo plastificado, lo cuidado, lo sanitizado.
Paula Valenzuela «Retratos de una transición» (2017) Fotografía.
V: Y el extrañamiento…
P: Claro, el extrañamiento, la incomodidad.
V: Es una imagen bastante melancólica, de soledad. Se están tocando pero como si no hubiese afectividad o cercanía.
P: Nosotros no somos de pegoteo, nunca estamos así de cerca. Y ligado a que habíamos estado físicamente lejos muchos años. Es raro lo que me pasa con las instalaciones, me encantan. Pero para mi son ejercicios mucho más desafiantes que le pintura. Con las instalaciones me meto en el paisaje y con las personas de otra manera, me complican más.

En la obra “Life and death of painting in the space” tuve por primera vez que enfrentarme al desafío del paisaje interviniendo directamente con una idea original. Vuelvo a enfrentarme con el fracaso: el papel se me volaba, era gigante, se me rompía. Así he ido aprendiendo sobre el estudio previo que requieren las instalaciones, porque no manejamos esos factores externos que son claves. Y el fracaso se convierte en otra cosa. Porque siempre la obra se va activando según las posibilidades que te otorga el paisaje en ese momento, más allá de lo que tenías pensado, quizás caprichosamente.
F: Al final es prueba y error.
P: Exacto. Es la única forma de aprender. Yo me obsesiono con el material y voy trabajando, probando, en experimentos con el espacio, el clima, factores a veces inesperados. Te pone a prueba como artista, ese estudio del medio. Cuando el paisaje se mete contigo, tienes que buscar formas de reaccionar.
F: La creación viene también un poco del error, entender cosas nuevas, cosas que no viste antes, y evolucionar al resultado final.
Paula Valenzuela «Life and death of paintings in the space» (2018) Papel adhesivo, látex, medidas variables.
V: Yo siento que te faltara espacio, que incorporaras esas ideas del fracaso, la muerte, el error pero, al mismo tiempo, quisieras romper ciertas estructuras, salir. Hay un afán intuitivo, como si te faltara aire, como si te hiciera falta algo que estás buscando, de romper el paisaje y construir uno nuevo.
P: Es una provocación y rebeldía, por un lado hacia mi misma porque soy bastante estructurada, pese a que no lo parezco. Soy muy exigente, y eso a veces te limita por el miedo, dejas de explorar porque puede ser que no resulte. Intento escapar de eso. Nunca pensé que iba a presentar obras como instalaciones: tenía súper formateado el que yo era pintora. Fue una revelación porque siento que no soy sólo pintora, soy creadora y ha sido muy liberador darme la posibilidad de hacer desde fotografía, intervenciones, otros medios. Creo que lo que me comentas tiene que ver con esa ruptura de la forma tan clásica de la pintura, necesito explorar otros entornos, otras reacciones, otros materiales.

V: Las oportunidades que te ofrece el arte para expresar ese mensaje. Me parece muy íntimo. Más que desafiar grandes estructuras sociales o políticas, si bien todo tiene que ver, creo que te vinculas íntimamente con ese ciclo de fracaso y de emerger, muerte y vida, lo real e irreal. Se nota esa lucha por expresarlo en distintas materialidades.
P: Bueno mi proyecto de título fue una instalación.
F: El paisaje te lleva a eso, a poder intervenirlo de diferentes maneras, incluso en la realidad fuera del bastidor.
V: Pienso en la imagen que tienes en la portada de tu página web en que tu obra «Mutante» está expuesta a un lado de la carretera. Es como un portal hacia esos espacios tuyos.
F: También el tema que tienes de descontextualizar el paisaje, trabajos tuyos donde lo intervenías y con eso ya el paisaje pasaba a ser otra cosa.
Paula Valenzuela «Mutante» (2018) Técnica mixta sobre papel, 105x75cm.
P: Me interesa mucho eso, tiene que ver con ese interés de modificar la “realidad”. También está ligado a ese interés por la ruina. Hay muchos artistas que se sienten atraídos por eso, quizás porque ahí, en ese espacio, hubo algo que ya no está, hay una cosa atemporal que es súper interesante. Apropiarse del paisaje es transformarlo y al intervenirlo con la pintura o algún otro elemento, durante un lapsus de tiempo ese paisaje es otro, se genera algo que existe y luego no. Tengo las fotos de esas obras en la ruina, algún día las expondré. Esa es mi propuesta: al intervenir un paisaje, transformarlo, crear uno nuevo. Que después desaparece. Vuelve a ser lo que era. Ese lapsus de tiempo es lo que me interesa como acción.
V: ¿Cómo fue tu experiencia con “Ejercicios para suprimir la distancia”? El proyecto de Pilar Elgueta.

P: Nace de un interés mío que viene de hace bastante tiempo, unos cinco años: intervenir la oscuridad con luces. Había visto el documental de Patricio Guzmán, “Nostalgia de la luz” que me caló profundamente. Habla de las estrellas, y lo une con el tema de tantas mujeres que siguen buscando los restos de sus hijos, maridos, que fueron detenidos y desaparecieron. Asocia el calcio de sus huesos y el calcio que hay en las estrellas; y esa inmensidad que observa en el cielo y las estrellas lo conecta con la amplitud del dolor, de la pérdida. Y me quedó dando vuelas este tema de las estrellas, de la luz. Lo relacioné con los migrantes ahogados en el Mediterráneo, una cosa espantosa, y quise hacer esta intervención en un bosque de noche y con las luces formar un bote aludiendo a ellos. Como una forma de conmemoración, de memoria. ¿Por qué ya no los vemos? Porque no están. ¿Por qué sabemos de ellos? Porque se ahogaron, fueron noticia. Vemos las estrellas también porque están muriendo. Luz y muerte. Es poético y triste al mismo tiempo.
Paula Valenzuela «Deep» (2020) Fotografía, luces LED sobre vidrio.
En “Deep” retomé estos conceptos, en el contexto de la pandemia, y tuve la necesidad de expresar lo necesario que es profundizar en lo esencial, lo importante, incluso en lo bello. De sumergirse. Fue una acumulación de temas que quería trabajar y terminé haciendo algo de noche en la ventana de mi departamento. Se relaciona también con un texto que leí de Byung Chul-han donde cita a Baudelaire y su himno a la belleza en las “Flores del mal”: “Las estrellas, des astres, de las que emana la belleza, hace que rimen con desastres” aludiendo a que la belleza es un desastre, un desastre que desbarata el orden de las estrellas.
V: Se vincula con lo que hemos hablado de las ruinas. Tantas veces los migrantes se nos aparecen como ruinas, como algo que no está, como ecos del pasado. Y la luz es un elemento muy usado en los memoriales, una forma de honrar y de hacer memoria de lo que ya no está, por ejemplo en los museos y memoriales a las víctimas de la dictadura, donde se prenden velas todos los 11 de septiembre. Bueno y últimamente has conectado más con lo político, la contingencia, la precariedad, el estallido social…
P: Cuando hay acontecimientos que me impactan intento plasmarlos en mi trabajo, a veces lo hago notar en los títulos de las pinturas, como un cuadro que se llama “Históricas” rememorando la marcha tan hermosa del 8 de marzo. Siento que mi obra en general es bastante desordenada, libre. Me cuesta seguir un solo tema, voy avanzando desde lo que me pasa con los diferentes acontecimientos que absorbo. Pero esa búsqueda me ha traído posibilidades también.
V: Me imagino que ha sido un proceso abrazar eso, y ver qué entrega el desorden…cuestionar, irrumpir, visibilizar. Denunciar y visibilizar un tubo en la playa, por ejemplo.
F: Tu denuncia es súper sensorial, habita desde el color, desde la expresión y desde el paisaje, lo que me parece muy curioso e interesante.
P: Sí, creo que lo sensorial se me ha transformado en un gusto. Hay un gusto en permitirme usar los colores que uso, cómo se combinan y como se relacionan unos con otros, y aparecen y desaparecen. Detrás hay un trabajo muy intuitivo y espiritual. Aunque podemos hablarlo, usar conceptos, me ha costado mucho verbalizarlo. Son pies forzados que incluso me han violentado. El acto de pintar es lo que más valoro, y luego con el tiempo vendrán o no los conceptos asociados. Siento que el medio te exige responder por las imágenes que usamos, lo cual está bien, pero ¿quién valora el proceso de una pintura si no es el artista? Esos espacios silenciosos, espirituales, de aprendizaje y de proceso. Una parte más sagrada, que creo es muy importante cuidar. Valoro mucho el estudio, me considero una eterna estudiante de la pintura. Me las he jugado por estar en el taller, que este sea mi espacio principal.

Paula Valenzuela «El lugar» (2017) Acrílico sobre papel 75x55cm.
F: El taller es un sitio de reflexión, donde uno está con uno mismo. Es el espacio de uno. Es lo más mágico estar en el taller.
P: Si, es un refugio, y por eso mi necesidad de salir. No quedarse refugiada eternamente. Cuando voy al paisaje me pongo a prueba, física, emocional, artísticamente, me expongo. No solo la instalación sino que también mis propias estructuras, se exponen.
Hablamos de como el virus ha replanteado nuestros procesos personales, e incluso reflexiones que venían desde octubre y el estallido que impactan nuestro trabajo. Son distintos los problemas, las ideas, los sentires. Han sido transformaciones inevitables. Francisca habla de lo que le ha pasado con el color: de usar mucho, a buscar espacios sin color, usando el blanco. En mi caso, un proyecto de investigación de museos que busco redireccionar hacia lo afectivo, el deber de cuidado de los museos, de ser espacios humanos. Paula nos cuenta de estas experiencias ineludibles, que nos cambian sin pedir permiso. Ya no somos las mismas que hace un mes, y es algo que hay que mirar, abrazar lo nuevo, lo desconocido, a pesar del miedo. Y como cada una, desde su identidad, expresa esas interferencias, estos sucesos históricos que nos han marcado profundamente.

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