“The way to get ideas is to do something boring… They fly into one’s head like birds.”
—John Cage
Astra Taylor, autora del ensayo “Unschooling” (“desescolarización”), fue una de las primeras en interesarme en la idea de que tenemos que sacudirnos de encima las estructuras y esquemas educativos para poder aprender desde la experiencia y la conexión. Recientemente publicó un nuevo artículo sobre el tema, específicamente sobre la desescolarización de sus hijos en tiempos de coronavirus. Me encanta lo que escribió sobre el aburrimiento:
“Eso no significa que la desescolarización siempre sea fácil o que el aburrimiento no sea un desafío, pero los que no van a la escuela tienden a ver el aburrimiento como algo por lo que pasar, una parada en el camino para descubrir lo que te fascina.”
Por lo que me respecta, confieso que se me han acabado las frases para expresar mi lata cuando se hace presente en medio del día. ¿Alguien sabe qué día de la semana es? ¿Estamos en el día 45 o 75 de esta cuarentena? ¿Saliste? ¿Cómo se sintió?
Sin embargo, el cansancio de este encierro sólo ha servido para confirmar los beneficios de aburrirse un poco. No soy la primera en escribir al respecto; ya lo decía Bertrand Russell quien afirmó rotundamente que “una generación que no soporta el aburrimiento será una generación de escaso valor.” Es importante destacar la diferencia entre aburrimiento y hastío, como bien apunta Pablo Gianera en su columna:
“El aburrimiento se revela como un estado de disponibilidad: mientras dura la espera (esperamos, paradójicamente, que suceda algo que deje de aburrirnos), nos enfrentamos con el vacío, nos hundimos en él o lo llenamos de imaginaciones. Pero en un panorama de impuesta diversión generalizada, nada parece más difícil, ni en verdad más contracorriente, que aburrirse.”
Algo similar postula Neil Giman cuando aconseja a escritores que se atrevan a aburrirse:
“[Las ideas] provienen da días soñando, de la deriva, ese momento cuando estás sentado allí …El problema con nuestros días es que es realmente difícil aburrirse. Tengo 2,4 millones de personas en Twitter que me entretendrán en cualquier momento … lo que hace que sea realmente difícil aburrirse. Soy mucho mejor para guardar mi teléfono, salir a caminatas aburridas, en realidad trato de encontrar el espacio para aburrirme. Eso es lo que he comenzado a decir a las personas que dicen ‘Quiero ser escritor’, mi respuesta es ‘genial – abúrrete.’ ”
El problema es que vivimos en una época en la que nunca tenemos la oportunidad de aburrirnos. Todo el entretenimiento con el que podríamos soñar está al alcance de nuestras manos, esperando en el teléfono en nuestro bolsillo o cartera. Veinticuatro horas al día, siete días a la semana, sin silencios, tiempos muertos, suspiros… Mientras estamos todos ocupados soñando (o preocupándonos, dependiendo de si eres optimista o conspirativo) en cómo será el mundo post-coronavirus, me gustaría agregar a la utopía colectiva que estamos creando la necesidad de que reconozcamos el aburrimiento como la delicadeza que es. Tantas ideas sorprendentes son el resultado de no hacer nada, de horas dedicadas al ocio, un regalo, hoy por hoy, en vías de extinción. Estar sin hacer nada es, con frecuencia, la condición para inventarse algo, empezar una conversación, iniciar el bosquejo de un edificio, o planear el borrador de un libro.
Nicholas Carr lo plantea muy bien:
“No nos gusta aburrirnos porque el aburrimiento es la ausencia de estímulos atractivos, pero el aburrimiento es valioso porque requiere que cubramos esa ausencia con nuestros propios recursos, es el proceso de descubrimiento, de puertas abriéndose. El dolor del aburrimiento es un llamado a la acción, pero como es doloroso, estamos felices de evitarlo. Nuestros dispositivos conllevan a nunca tener que sentir ese dolor o ese llamado. La web se expande para llenar todo aburrimiento. Eso es peligroso para todos, pero particularmente para los niños, quienes, sin el estímulo del aburrimiento, nunca pueden descubrir qué es lo que más les atrae de sí mismos o de su entorno.”
El aburrirse es un privilegio. Ya lo señalaba Schopenhauer, quien hace un análisis del aburrimiento desde la perspectiva de la riqueza, clasificándolo junto al dolor como uno de los mellizos malvados de la vida (dolor para “los que tienen menos”, aburrimiento para “los que tienen más”). El aburrimiento es fruto de exceso y comodidad acompañados de monotonía, previsibilidad, y reclusión. Es una emoción generalmente asociada con un cuerpo bien nutrido y cuidado: como la saciedad, normalmente no es para los hambrientos. Es un tesoro, un espacio de paz, un descanso en el que dejar de producir.
En una sociedad que nos mejora hasta la muerte todo tiempo suele estar al servicio de mejorarnos, hacernos más eficientes, mas valiosos, mas preparados, más capaces, más versátiles. ‘Boredom’ -la palabra inglesa que designa al aburrimiento- no existía hace ciento cincuenta años; el hastío es una invención moderna. Enrique Lihn decía “ocio increíble del que somos capaces, perdónennos los trabajadores de este mundo y del otro”. El ocio es una distracción en el cumplimiento del deber ser. Tiempo propio, recreo para crear y re-crearse. Ocio, que no es flojera sino la realización –incluso con ahínco– de un trabajo, una obra, que nadie ha pedido y que, supuestamente, se hace en los ratos que dejan libres otras tareas convencionalmente más productivas.
El estar aburrido es rebelarse contra la economía de la atención, que para funcionar requiere ojos pegados a pantallas, compitiendo por nuestra consideración con sonidos, colores, texturas, imágene – un carrusel de ruido y cacofonía sin fin. Es el nuevo horror vacui, que nos empuja a desbloquear el celular casi sin darnos cuenta que lo hacemos. Hacer tan sólo por hacer cuesta tanto. Hacer “porque sí”, “porque quiero”. Hoy todo es para algo, un medio para un fin (¿cuándo fue la ultima vez que sacamos una foto sin pensar en qué escribiríamos bajo ella en Instagram?). Ha llegado al punto que incluso el arte o la música han sido reempaquetados como herramientas para una mayor productividad. La banalidad del consumo – ya sea de contenidos en línea o bienes tangibles – nos impide aburrirnos, y es parte de una tendencia a buscar una cura para el aburrimiento en lo nuevo y brillante, una parte fundamental del ser humano contemporáneo y un fenómeno cultural profundamente arraigado.
Pocas cosas gozan de peor reputación que el aburrimiento en un mundo-mercado que combate sin piedad, con todo tipo de productos, cualquier tiempo inactivo. Principalmente porque el hacer nada nos arrastra directo a la naturaleza, a los árboles, al murmurllo de un rio, a la fresca sombra de un bosque – a lo que verdaderamente vale la pena. Escuchar el crujido de las hojas en otoño – porque sí. Mirar figuras en las nubes… porque si. Buscar los miles tonos de verdes en una rama. Porque sí. Canturrear porque sí, bailar porque sí. ¡Leer porque sí! En esta época de espectacularización y diversión forzosa, el aburrimiento se presenta en algunas ocasiones como una de las posibles formas de resistencia que aún queda frente a la agobiante diversión-por-obligación en que nos vemos inmersos sin descanso; una posible resistencia frente a la obsesión con el quehacer.
El aburrimiento es un ingrediente necesario de la realización humana, una realización espiritual – aquella a la que se refiere Gastón Soublette, que va más allá del hacer para producir, para destacar, para ganar. Lo que nos proporcionan los momentos de aburrimiento es la posibilidad de hacer volar nuestros pensamientos, dejándonos llevar por los sentidos y sensaciones que nos rodean. Es lo que Annie Dillard llama presencia: “En esta era de productividad, pasamos nuestros días huyendo del aburrimiento sin importarnos sus ventajas creativas y espirituales. Bajo la tiranía de la multitarea, el arte de la percepción desaparecerá de nuestra vida cotidiana”.
Hemos internalizado el capitalismo, midiendo nuestro valor personal a través de nuestro output. Ann Enright nos invita a divagar: «Honestamente, hay mucho que decir sobre dar vueltas durante todo el día, buscar recetas y no cocinarlas, no molestarse en pintar el living o no escribir una novela. En medio del desorden e intrascendencia de tu tarde, es posible que llegue algo: un pensamiento para anotar, un buen párrafo, una historia para enviarle a un amigo. El aburrimiento es un estado productivo siempre y cuando no dejes que se avinagre. Trata de no confundir el impulso de hacer algo con la idea de que eres inútil. Trata de no confundir el impulso de contactar a alguien con el pensamiento de que no eres amado. Hazlo o no lo hagas. Ambos están bien».
Quizás por ello el aburrimiento está tan íntimamente ligado a la creatividad y el arte. Ya lo advertía Jenny Holzer en uno de sus aforismos: “el aburrimiento te empuja a hacer cosas impensables”. Es la premisa del hermosísimo libro “How to do nothing” (cuyo título sugiere que a veces necesitamos un manual para enseñarnos a bajar las revoluciones). Susan Sontag argumentó “quizás el arte tiene que ser aburrido” para invitarnos a recalibrar la forma en que prestamos atención, qué cosas atraen nuestra mirada, como interpretamos repeticiones, silencios o baldíos.
El aburrimiento es una de nuestras sensaciones más constructivas. Nos arrastra a lo desconocido. Nos invita a disfrutar de los placeres simples de la vida – reír, beber, descansar al aire libre, conversar hasta la madrugada con amigues. Hay que venerar tanto la acción como la inacción, y gozar del simple júbilo de existir. Es tan difícil entregarnos al aburrimiento. Pero debemos hacerlo; ahora es el momento, si lo hay, de aburrirse.
Steve Jobs: «Soy un gran creyente en el aburrimiento. El aburrimiento permite que uno se entregue a la curiosidad, y de la curiosidad viene todo ”
Peter Bregman: «Aburrise es una cosa preciosa, un estado mental que debemos buscar. Una vez que el aburrimiento se pone en marcha, nuestras mentes comienzan a vagar, buscando algo emocionante, algo interesante donde aterrizar. Y ahí es donde surge la creatividad «.
Scott Adams: «He notado que mis mejores ideas siempre brotan cuando el mundo exterior falla en su trabajo de asustarme, herirme o entretenerme».
Albert Einstein: «La creatividad es el saldo del tiempo perdido».
Actualmente estoy participando en dos hermosos proyectos sobre arte, ocio, creatividad y educación: NubeLab y Proyecto Ocio. Les invito a conocer ambos y darse unas vueltas por sus páginas y redes sociales. NubeLab en especial está llena de proyectos pensados para hacer en casa lejos de la pantalla, espejo negro del cual me imagino ya estamos todes aburridas.
3 respuestas a “El gozo del ocio – sobre el aburrimiento, la creatividad, y la «in-productividad»”
[…] 10.- Siempre es mejor preguntarse que saber. Y sobre todo: no olviden aburrirse. […]
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[…] cinco/ sobre el hastío: cómo el modernismo nos depletó de significados, y nos dejó con el aburrimiento – y aunque el ocio es un privilegio, tiene el potencial de ser transformado en un espacio de resistencia y divagaciones. […]
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[…] el ocio: sobre el gozo del ocio – sobre el aburrimiento, la creatividad, y la “in-productividad”; sobre las posibilidades de un “descanso radical“; sobre agregar juego a tu vida […]
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