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“Un Cuerpo Escenificado”: Marcela Serrano en Galería D21

There is no nonviolent way to look at somebody – Wu Tsang

Desde el 9 de agosto al 17 de Septiembre Galería D21 exhibe una muestra sugerente y polisémica, que revaloriza a una artista que no sólo desafió las convenciones sociales sobre el rol de la mujer, sino que además lo hizo en plena dictadura. Una exposición que debiera ser parada obligatoria de quienes disfrutan del circuito artístico santiaguino, “Un Cuerpo Escenificado” pone el foco en la obra de Marcela Serrano, con obras que no se exhibían hace décadas, iluminando su labor pionera que había sido en gran parte excluida del canon de la historia del arte chileno (con excepciones como el ensayo de Carla Macchiavello publicado por LOM el año pasado).

Aunque es más conocida por su producción literaria, Serrano estudió Artes Visuales y estuvo ligada a la “neovanguardia” chilena de los 70 y 80; junto a otros artistas como Leppe y Dávila dejó de lado medios tradicionales (como la pintura o escultura) para indagar en las posibilidades de nuevas formas de expresión, convirtiéndose así en pionera chilena del Body Art y la performance.

Que la obra de Serrano no sea más conocida trae ecos de tantas otras historias de artistas mujeres que son excluidas de narrativas oficiales, empolvadas y olvidadas en cajones. Es un acierto del curador, Sebastián Valenzuela-Valdivia, el volver a darle a su obra la importancia que merece. Ésta, con su aguda crítica feminista, tiene una relevancia especial en los tiempos que corren: cómo olvidar la histórica marcha del 8 de Marzo de este año, con sus bailes, cantos, pancartas; una marcha pacífica en contra de una sociedad violenta, que por estructural suele ser tan difícil de desterrar. En este contexto, encontrarse con la obra de Serrano es agridulce: por un lado, es una nueva invitación a abrir la discusión sobre el género y sus ya cansados roles – a jugar, a oxigenar las estructuras y convenciones tradicionales. Por otro, nos recuerda que, a casi 40 años de su producción, seguimos luchando por lo mismo: decidir sobre nuestros cuerpos, ocupar libremente el espacio público, no ser relegadas a roles simplistas y binarios – o santas o putas, en otras palabras.

Material de archivo.

La muestra abarca más de cincuenta fotografías y una instalación audiovisual compuesta por cinco monitores y una proyección. Además, la exposición incluye material archivístico que contextualiza la obra de Serrano, situándonos en el momento histórico de su creación.  

Autocríticas (1980) es un registro fotográfico de una performance de Serrano, en la que la artista, totalmente desnuda, va pintando lentamente su cuerpo con pintura blanca frente a un muro del mismo color. Cada toma nos hace testigos de cómo su cuerpo logra, efectivamente, camuflarse y desaparecer. Es una potente declaración sobre la falta de representación de grupos enteros en la sociedad que son obligados a desaparecer, convertidos en ciudadanos de segunda categoría, privados de visibilidad y de derechos. Por otro lado, esa misma opresión hace de la discreción una extraña forma de autocuidado cuando se consideran el amplio abanico de acciones que buscan restringir cómo se visten las mujeres, o las muestras de afectos de personas homosexuales, o la presencia de distintos cuerpos en el espacio público (indígenas, trabajadores, inmigrantes), por pensar en algunos ejemplos. La amenaza siempre está latente, en actitudes que van desde el piropo, a la confrontación, a crímenes de odio – en ese sentido, vale la pena recordar que la muerte no es otra cosa que una última e inevitable supresión. En ese contexto de intimidación a veces se hace más fácil acatar el status quo, eligiendo la invisibilidad como una capa protectora ante una sociedad que agrede.

Otra serie de fotos de la misma acción cambian el enfoque -literalmente. En ellas, las tomas que caen sobre el cuerpo de Serrano son más frontales e invasivas. Donde antes aparecía un plano alejado de su cuerpo entero, cuya distancia que entregaba una cierta intimidad a la artista, ahora se percibe una mirada que pareciera colonizar y apropiarse de su cuerpo, sin lugar para el respeto por el espacio ajeno. La vemos en bata conversando con un sujeto masculino; mirando a la cámara con un rictus, entregada al escrutinio invasivo del otro; con sus manos expuestas como si fueran objetos de un experimento o examen. Serrano juega con el abanico de miradas que se instalan sobre nuestros cuerpos y su vulnerabilidad cuestiona los límites entre lo público y privado cuando hablamos de género.

El título de la obra invita a la reflexión. ¿Qué es lo que podría Serrano reprocharse a sí misma? Una hipótesis sería esa misma pasividad que adoptamos para sobrevivir, esa invisibilización a la que nos auto-sometemos para protegernos. Testigos tras bambalinas, figuras fantasmagóricas contra la pared, que eligen el resguardo individual a la revolución colectiva; y que así entregan una aprobación tácita al sistema en que participamos – convirtiéndonos, de cierta forma, en cómplices del mismo.

En El Paisaje de la Pintura Chilena (1982), Serrano recrea una foto tomada por Martín Gusinde, sacerdote y antropólogo alemán que documentó la vida en Tierra del Fuego en los años 20. Junto a la foto original, una toma en la cual Serrano se transforma en una fueguina más: el cuerpo pintado, desnuda de la cintura para arriba, la postura y expresión facial similares. La foto evoca una mirada colonial, externa, clínica, desapegada, bajo la cual los cuerpos femeninos nuevamente aparecen como objetos, ya sea de estudio o deseo, a disposición del género masculino para satisfacer sus ansias de respuestas y conquistas. Esto se amplifica con una cita en que Gusinde describe la práctica Selk’nam de pintar sus cuerpos, la cual se sobrepone sobre ambas fotos en grandes letras: “Andan siempre provistas de las tierras colorantes con que se pintan el cuerpo. Tal uso no les debe faltar por que siguen reuniéndose, todavía hoy, en la montaña apartada, bien lejos de la mirada indiscreta de los civilizados”. La mujer, sobre todo si es indígena, jamás será considerada parte de la civilización, sino todo lo contrario: una criatura salvaje, esperando ser conquistada, misteriosa y lejana. Gusinde, con el disparo de su cámara, pareciera arrebatar todo tipo de agencia que pudiesen tener las fueguinas.

En esta obra, como bien lo expresa su título, la artista conecta narrativas sobre la conquista del paisaje y la conquista del cuerpo femenino. Ambos han sido considerados espacios disponibles para ser deseados, ocupados, delimitados, comprados y vendidos, esperando a ser sometidos, sin más historia o narrativa que la que nace del contacto con la mal llamada “civilización”. Ambos, el género y el paisaje, son sujetos de violencia colonial y patriarcal, al ser presentados como algo natural, categorizable, utilizable.

Es una ficción muy potente, y que se completa cuando pensamos en la pintura chilena, espacio que ha hecho eco de estas representaciones simplistas y binarias, y que presenta a las mujeres principalmente como objetos (pintadas) más que sujetos (pintoras). Con su obra, Serrano no sólo reclama su derecho a su poder, agencia y representación, sino que también lo reclama, simbólicamente, para sus hermanas selk’nam de pie junto a ella. Evoca el trabajo de las Guerrilla Girls, colectivo anónimo de mujeres que denuncia los prejuicios sexistas y étnicos en el mundo del arte. Estas han criticado fuertemente a museos de todo el mundo preguntando ¿tiene una mujer estar desnuda para ser parte del museo? Una pregunta que choca de entrada, pero que se sustenta en números duros: en el MET de Nueva York, 5% de las artistas son mujeres, mientras que 85% de los desnudos muestran cuerpos femeninos.

El Paisaje de la Pintura Chilena (1982)

Al combinar su historia y la de las fueguinas en una sola narrativa, Serrano es precursora del llamado feminismo interseccional, un término acuñado por la profesora Kimberlé Crenshaw en 1989. El término fue creado para explicar que las mujeres experimentan opresión en diferentes configuraciones y en diferentes grados de intensidad. Los patrones culturales de opresión se cruzan con otros factores, como raza, género, clase, habilidad y etnia, haciéndose más potentes mientras más cruces hay. Es un llamado a las mujeres más privilegiadas a hacerse cargo de esas diferencias de poder, levantando y apoyando a sus hermanas indígenas, trans, lesbianas, inmigrantes. Esto es lo que hace Serrano quien en un acto de solidaridad y hermandad se sitúa junto a las fueguinas, codo a codo e igualadas – en su desnudez, en su fragilidad, pero también en su fortaleza, en su desafío, reconociendo su agencia compartida. La obra es polifónica, trayendo sus voces del pasado al presente, actualizadas. La artista une su voz a este coro de la mejor forma que puede, compartiendo con ellas frente a la cámara depredadora.  

Solo dos días para ver una exposición imperdible: Un cuerpo escenificado de Marcela Serrano en Galería d21. Lejos una de las reseñas que más me ha costado escribir: quizás porque el comentario social cae demasiado cerca, quizás porque es una artista con mucho, mucho que decir. De antemano perdón por lo denso, y lo poco. Pase a leer: representación, feminismo interseccional, paisajes y cuerpos conquistados y re-conquistados.

El proyecto Yo Dora (1983) continúa hilando las temáticas que aparecen en Autocríticas y El Paisaje de la Pintura Chilena. En una serie de fotos, Serrano encarna distintos clichés: provocativa con ropa apretada; andrógina, con sombrero y traje; envuelta en plumas. Aparecen el travestismo, el disfraz, el juego. Serrano se burla de la sociedad de consumo y entretenimiento, cuyos sujetos son objetos consumidos y descartados casi inmediatamente, en una performance interminable de búsqueda de lo deseable, lo sexy, lo perfecto. En la sección de archivos Serrano así lo confirma, declarando: «mi cuerpo como objeto de transacción». El título de la obra alude a una paciente “histérica” que estudió Freud, recordándonos como incluso la medicina juega un rol en normar los roles de género impuestos por la sociedad. 

Hay mucho que desempaquetar y siento que podría escribir 10 paginas más sobre tantos temas: el panóptico cultural, la importancia de la representatividad, la auto-regulación de nuestros cuerpos, el efecto de las fotos en nuestra sociedad (pensemos en el efecto Instagram), la apropiación cultural,  la búsqueda de cánones de belleza imposibles y foráneos… Ese es la fuerza de la obra de Serrano y de esta exposición. Su práctica como artista replantea y re-imagina el lugar que las mujeres ocupan o más bien debiesen ocupar en el mundo, y revela las fracturas a través de las cuales podría tener un espacio para escapar, esconderse o brillar. Afecta profundamente cómo nos vemos a nosotras mismas y nuestra complicidad con el patriarcado y otras estructuras afines de opresión. Las fotos y videos que vemos hoy traen ecos del pasado, invitándonos a actuar en el presente. ¿Nos pintaremos, también, de blanco?

Quiero terminar con la instalación, en la que escuchamos la voz de la artista como si recitase un embrujo. “narcotizarse, criticarse…exponerse, criticarse… autoviolarse criticarse… desconocerse, criticarse… amurallarse, criticarse”. Todas, formas en que la mujer se eutoelimina, se boicotea. Su voz es la voz inconsciente e internalizada siempre susurrando que no somos suficientes y que nunca lo seremos. Suficientemente puras o sucias, blancas o negras, flacas o curvilíneas, suficientemente mujeres. En el video, Serrano se va a haciendo “presentable” para la sociedad, vistiéndose, arreglando su pelo, su cara, su ropa para las miradas que la esperan al otro lado de la puerta. Sobre ella se descuelgan cadencias de palabras que valdría más ignorar: el daño que nos hacemos a nosotras mismas por tanta opresión internalizada. Me recordó el cuento de Cortázar, Amor 77, uno de mis favoritos:

“Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten y, así progresivamente, van volviendo a ser lo que no son.”

Recomendado: recomendadísimo, sobre todo si le interesan temas de género y opresión. Es una exposición que pone el valor en una obra que se había dejado de lado, una obra pionera en problematizar lo femenino como sitio de conquista, y el paisaje como espacio de extracción -algo que no deja de resonar fuertemente dado el daño a nuestro ecosistema y las consecuencias que estamos viviendo hoy.

Dónde: Galería D21, Nueva de Lyon 19, departamento 21 (metro los leones).

Cuándo: Del 9 de Agosto al 17 de Septiembre. Lu a Vi de 11 a 19 h; Sábados de 11 a 15 h.

Cuánto: entrada liberada.

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